Y seguimos aullando… Ahora a la misma luna mediterránea que cautivó a ese toro enamoradizo que de noche abandonaba la maná, a esa luna gitana de luz de plata que glosó Lorca. Porque ha llegado el turno de hablar de un genio patrio del cine de terror; un guionista, actor y director aclamado internacionalmente capaz de dar forma a un universo personal e intransferible, una leyenda viviente que tuvo la desgracia de nacer en un país como el nuestro que, por tradición, suele endiosar todo lo que viene de fuera (por poca calidad que tenga) y menospreciar a sus compatriotas (por muy grandes que sean). Una amalgama de Karloff-Lugosi-Lee-Cushing-Chaney (padre e hijo), todo en uno, pues toda clase imaginable de monstruo, criatura extraña o perturbado ha sido revisitada en un momento u otra de su impresionante filmografía por este antiguo campeón de halterofilia. Señoras y señores, un aplauso para el Señor Lobo: Jacinto Molina, más conocido como… ¡el gran Paul Naschy! Desde finales de los 60 a los 80 el hombre lobo sólo tuvo un nombre.
Desde «La maldición del hombre lobo», nuestro peludo amigo llamó poco la atención de productores y realizadores. Hasta que, después de hacer de extra en «Rey de reyes» (King of Kings, Nicholas Ray, 1961), un joven estudiante de arquitectura nacido en Madrid en 1934 se dio cuenta de que había sido infectado por el veneno del celuloide. Apasionado de los clásicos del terror, de los monstruos clásicos de la Hammer y la Universal, se decidió a escribir un guión sobre un hombre lobo que tituló El licántropo. Con él debajo del brazo se paseó de productora en productora, recibiendo la indiferencia o el desprecio como respuesta en una etapa en que el cine fantástico era considerado un género minoritario en nuestro país hasta que contactó con unos productores alemanes que buscaban una buena historia para llevar a las pantallas en Eastman Color 70 mm., sonido estereofónico y 3D. Los alemanes aceptaron el guión y, con su respaldo, fue mucho más fácil conseguir un coproductor español. La historia original de Molina estaba ambientada en España y tenía como protagonista a un asturiano llamado José Huidobro pero, para evitar los problemas con la censura que tuvo Fisher, Molina decidió que se trataría de un polaco llamado Waldemar Daninsky. Para interpretarlo se pensó en Lon Chaney, Jr., pero después de que su agente comunicase a los productores que no podía aceptar el papel debido a su delicado estado de salud y tras una búsqueda infructuosa del actor adecuado, Molina decidió convertirse él mismo en el hombre lobo, para lo cual cambió su nombre por el de Paul Naschy en homenaje a un famoso levantador de pesas húngaro. Como director, Molina sugirió a Enrique L. Eguiluz, con el que ya había trabajado en el thriller «Agonizando en el crimen» (1968).
El resultado fue «La marca del hombre lobo» (1968). En ella, una pareja de gitanos se refugia de una tormenta en una cripta donde, buscando objetos valiosos en los ataúdes, extraen una daga del pecho de un cadáver. Inmediatamente, éste vuelve a la vida, pues se trata de un hombre lobo llamado Wolfstein. Cuando, después de cometer varios crímenes, una partida de caza sale en su busca, Waldemar consigue acabar con el licántropo no sin antes ser mordido por la bestia. Waldemar es un estudioso de lo sobrenatural, y sabe que su destino está sellado. Después de sufrir su primera transformación con el plenilunio, busca la ayuda de su amigo Rudolph y de la joven que ambos aman, Hyacintha. El trío recuerda que Wolfstein era alquimista, así que deciden ir a la cripta en busca de alguna solución para el Mal de Luna. Allí descubren una carta de un doctor llamado Janos Mikhelov donde afirma poseer dicha cura. Considerando la remota posibilidad de que el hombre pueda estar vivo, Waldemar intenta contactar con él hasta que, finalmente, consigue citarse con el científico. Sorprendentemente, llega acompañado por su exótica esposa, Wandessa, ¡y ambos parecen no tener más de 30 años! Como habrán adivinado nuestros astutos lectores, son dos vampiros adoradores del Maligno que planean dominar al hombre lobo para usarlo en su trabajo satánico. Wandessa intenta seducir a Rudolph y Janos a Hyacintha mientras Wolfstein es devuelto de nuevo a la vida sólo para ser muerto de nuevo por Waldemar en una batalla entre hombres lobo. Los padres de Rudolph y Hyacintha, sospechando algo raro, acuden al lugar y clavan una estaca en el corazón de la vampiresa para después ir en busca de Janos cuando ya se disponía a escapar con Hyacintha. Finalmente, tras una lucha entre el hombre lobo y el vampiro, al que mata desgarrándole la garganta, Waldemar se vuelve contra sus seres queridos, a los que no reconoce (¿o tal vez sí, y sabe que sólo entregando su vida por ellos evitará hacerles daño?), Hyacintha le dispara unas balas de plata y el licántropo cae al suelo para adoptar por última vez su forma humana.
Como reconoció su creador, Waldemar Daninsky fue inspirado por Larry Talbot. Aunque su apariencia es mucho más lobuna, con abundante y oscuro pelaje, al igual que él es un personaje atormentado por un horrible destino del que sabe que no puede escapar y que no merece, pues es de naturaleza noble y capaz de dar su vida por sus seres queridos si no hay otro remedio.
En la primera entrega de la saga, Naschy ya dejaba clara su fascinación por lo que años después se llamaría cross-over: la mezcla de diferentes personajes sobrenaturales en un mismo film, creando un mundo de monstruos, libre de compartimentos estancos, enfrentados entre sí para deleite del espectador. El inusitado éxito de «La marca del hombre lobo» propició que ese mismo año se rodara una coproducción hispano-francesa titulada «Las noches del hombre lobo«, dirigida por René Govar, también con guión de Molina, que no llegó a estrenarse y cuyo destino se ignora. Se dice que el director falleció en un accidente de automóvil llevando consigo la única copia de la película, y que ésta se perdió. De 1969 es una extraña co-producción hispano-italo-alemana llamada «Los monstruos del terror«, dirigida por Tulio Demicheli y Hugo Fregonese, donde Naschy volvió a encarnar a Daninsky. En esta ocasión, un grupo de extraterrestres procedentes del planeta Ummo ocupan los cuerpos de algunos científicos terrestres muertos con la intención de desencadenar una campaña de terror contra la Humanidad devolviendo a la vida a nada más y nada menos que a la Momia, el monstruo de Frankenstein, Drácula y, como no, el Hombre Lobo. En 1970, Daninsky protagonizó «La furia del hombre lobo», dirigida por José María Zabalza, donde el desdichado licántropo es infectado durante un viaje al Tíbet y se enfrenta con una malvada científica dedicada al control mental y creadora de una raza de hippies mutantes, mitad humanos y mitad vegetales. Es éste un film de escasa calidad que el mismo Naschy ha repudiado. No ocurrió lo mismo con La noche de Walpurgis, de León Klimovsky, rodada ese mismo año, y que fue un éxito internacional (en su versión con desnudos) todavía mayor que La marca del hombre lobo. La noche de Walpurgis se inicia con dos empleados municipales efectuando la autopsia de Daninsky. Cuando le extraen las balas de plata que lo mataron, el hombre lobo vuelve a la vida y acaba con los desdichados. En París, dos jóvenes estudiantes, Elvira y Genevieve, preparan una tesis sobre la condesa Wandessa d´Arvulla de Nadasdy, una mujer condenada a la hoguera por bruja durante la Edad Media. Con la intención de descubrir su tumba, las chicas viajan hasta las montañas del Norte pero se pierden en el bosque. Allí encuentran a un hombre solitario que vive en una gran casa, que no es otro sino Waldemar, que ha elegido mantenerse aislado del mundo para no causar daños durante su trance lupino. Waldemar, con sus conocimientos sobre ocultismo, ayuda a las chicas a encontrar la tumba de la condesa. Genevieve la abre y se corta la muñeca con una astilla del ataúd. La sangre de la herida gotea sobre el esqueleto de Wandessa, y gradualmente, la bruja/vampiresa vuelve a la vida, haciendo de Genevieve su primera víctima. Waldemar acude en ayuda de Elvire cuando está a punto de ser vampirizada por su amiga, clavándole una estaca en el corazón. Daninsky, convertido en hombre lobo luchará contra la condesa, a la que acabará desgarrando la garganta. Elvira, al ver que no puede hacer otra cosa, le clava una cruz-daga de plata en el corazón a Waldemar, liberándole aparentemente de su maldición.
Pero Daninsky/Naschy no estaban acabados. Ni mucho menos. Volverían nada más y nada menos que en ocho ocasiones más. «A La noche de Walpurgis» le seguirían «Dr. Jekyll y el Hombre Lobo» (León Klimovsky, 1972); «El retorno de Walpurgis» (Carlos Aured, 1973); «La maldición de la bestia» (Miguel Iglesias, 1975); «El retorno del Hombre Lobo» (1981); «La bestia y la espada mágica» (1983) y «El aullido del diablo» (1987), dirigidas estas tres últimas por el mismo Naschy; «Licántropo: El asesino de la luna llena» (Francisco Rodríguez Gordillo, 1996) y la última entrega (por el momento) de la saga: «Tomb of the Werewolf» (Fred Olen Ray, 2004). Qué duda cabe de que las películas de Naschy/Daninsky marcaron toda una época. Una época durante la cual apenas se realizaron otras películas destacables del hombre lobo. En 1973, la norteamericana «El niño que lloraba al hombre lobo» (The Boy Who Cried Werewolf, Nathan H. Juran, 1973) mostró a un penoso licántropo con un extraordinario parecido a un perrito de lanas cavando aplicadamente con una pala; la entretenida «La leyenda del hombre lobo» (The legend of the Werewolf, Freddie Francis, 1974), con Peter Cushing, aunó elementos tanto de la novela de Endore como del mito de los niños salvajes y finalmente, «La bestia debe morir» (The Beast Must Die, Paul Annett, 1974) presentaba a un grupo de personajes reunidos en la mansión de un rico hombre de negocios, uno de los cuales es un hombre lobo que deberá ser descubierto. Una especie de Diez Negritos con licántropo y, nuevamente, Peter Cushing, incluidos.
Parecía que el personaje ya no daba más de sí. Sin embargo, en 1980, una película vino a suponer una revolución radical del tema de la licantropía, tanto desde el punto de vista visual como narrativo. Nos estamos refiriendo, clara está, a «Aullidos» (The Howling), de Joe Dante. Sigue…