En 2010 sucedieron una serie de eventos que, sin duda, supondrían un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Sucesos como el tercer centenario de la Feria de Albacete, el debut del videojuego ‘Dance Dance Revolution X2’ o el lanzamiento del noveno álbum de Enrique Iglesias nos dejaron estupefactos, sin saber qué decir o cómo reaccionar. Mientras los diplomáticos internacionales discutían las posibles soluciones a tales asuntos, el cine francés dio a luz a Rubber. Una película que me dispongo a defender a capa y espada.
El excéntrico director de la película (Quentin Dupieux) decidió responder a la cargante demanda de originalidad en los guiones por parte de los espectadores. ¿Queréis algo que se salga del patrón? Pues aquí tenéis, una película sobre una rueda asesina. Lo peor de todo, amigos cinéfilos, es que la hizo; lo peor, queridos lectores, es que me encantó.
Rubber es un ensayo del absurdo en el cine, una tesis camuflada bajo la historia de un neumático que, si te descuidas, te revienta la cabeza, literalmente. Este largometraje intenta mostrar al espectador que la vida es una maraña de sinsentidos. Sostiene que la razón (en el sentido de “causa de algo”) es puramente artificial, un invento del ser humano para intentar explicar lo que le rodea. Todo este esfuerzo del hombre será en vano, no existe razón.
El prólogo de la película es una de las partes (por no decir LA parte) más importante del metraje. En él, el director defiende su postura absurdista y deja entrever la comicidad que acompañará a la rueda durante toda la película.
A los escasos cinco minutos nos daremos cuenta de que nosotros no somos el verdadero espectador de la curiosa historia de Dupieux. De hecho, somos tan innecesarios que ya existe un público dentro de la película que será el verdadero jurado de la obra. Resulta divertido cómo nuestro papel de espectador cambia radicalmente para convertirse en un simple voyeur.
Como podéis observar, adivinar el entresijo filosófico de la película sería imposible si no contara con actores profesionales. Un aspecto que se ha cumplido con sobresaliente. Los aspectos formales de la cinta son sorprendentemente buenos. Gracias a películas como estas, puedo decir con seguridad que la calidad en las películas experimentales también existe. Es raro dar con ellas, pero las hay. Este hecho es esencial para que el espectador decida seguir viendo o no el metraje. Una buena fotografía siempre es bien recibida.
A pesar de que el diálogo es escaso, y la música apenas se percibe de forma consciente, en ningún momento Rubber se hace pesada e intragable, y eso es de celebrar en el género experimental y de culto.
Totalmente recomendable, pero advierto que el público hacia el que va dirigido Rubber no se caracteriza por su pluralidad. Es por eso que mientras unos ven en ella una película de humor idiota, otros ven una cinta puramente filosófica y artística. No me malinterpretéis, ambas posturas son igual de dignas y respetables, que a mí también me encantan los neumáticos que explotan cabezas.