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Crítica de El Contable, lo mejor de Ben Affleck en años

el contable

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Lo que ha firmado Gavin O’Connor bajo la influencia de Ben Affleck –magnífico en la piel de un genio matemático con extraordinarias habilidades para liquidar a medio mundo- no es un disparate, ni tampoco un sinsentido. En un giro de 45 grados a su trayectoria –siempre propenso a la violencia como método para hallar nuestra razón de ser-, el director de Warrior compone una cápsula de ilusión para todos los fans de DC, en forma de emolumento con destino a la nueva película que el actor, director, guionista y productor –el cuádruple-doble de la industria hollywoodiense- está preparando sobre Batman. No se explica de otra manera que Affleck haya aceptado adentrarse en la psicología de un taimado antihéroe con síndrome de Asperger; porque aunque El contable es una reformulación muy cauta del thriller con demasiada ambición, ésta guarda un carácter menos superficial que la cultura pop con look ochentero a la que tanto parece abrazar. Convertida desde los créditos iniciales -gracias al prejuicio y las etiquetas- en un ejercicio trivial sin término medio, la película transcurre con su mecanismo estructural invertido. El mismo que hace dos décadas era clásico, y que desde hace cinco años se ha ido convirtiendo en símbolo para un género en desesperada búsqueda de cambio: en lugar de presentar un cúmulo de problemas para arrojar luz sobre ellos conforme avanza la historia, O’Connor se arriesga añadiendo capas tan indescifrables que incluso le hacen disimular su capacidad para manejarlas correctamente.

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Del boceto comercial hacia una obra a veces barroca, a veces elegante, El contable demuestra voluntad propia cuando, en el tercer acto, el mapa de ruta diseñado por el cineasta se revela intrascendente. Apenas un par de confusos minutos después, la película sufre un viraje que sólo se puede comprender como la proyección de un intento frustrado por convencer al público. Se confirma la hipótesis inicial: a oscuras y con cada vez más subtextos que interpretar, nadie será capaz de desentrañar el misterio que habita en los movimientos del protagonista. Y O’Connor no se equivocaba. Pero, en parte, sí que lo ha hecho. Sin ocultar su verdadera intención –no muy alejada de la de entretener por miedo a la incomprensión-, conecta multitud de elementos superficiales con varias subtramas sin apenas contundencia.

“Cuando se presentan las secuencias de acción en las que Affleck parece salido de un clásico de Charles Bronson, la película toma una cariz absolutamente violento”

Cuando se presentan las secuencias de acción en las que Affleck parece salido de un clásico de Charles Bronson, El contable toma una cariz absolutamente violento, incluso excitante si nos atenemos al ritual de miradas, silencios y disparos que insufla vida a su naturaleza homicida. Sin embargo y como reflejo de la hipertrofia generada para excusar el autismo de Christian Wolf, El contable abandona esa parcela demasiado rápido para instalarse en la del cine policíaco con aires y baladas trágicas. Donde antes había determinación, ahora hay confusión, como si el complejo de cabeza nuclear diseñado para el protagonista –cuando estalla, lo sepulta todo, pero cuando logra contenerse, quizás incluso sea capaz de descifrar el enigma del mundo- fuese otra vía por la que reformular el thriller de acción. De transmitir esa sensación tiene mucha culpa el tono con el que O’Connor trata la enfermedad como balsa de salvación; cercano al absurdo, pero ¡qué demonios! funciona tremendamente bien.

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