La tentación, el morbo que despierta lo que se considera prohibido, siempre está ahí, a la espera de los momentos de flaqueza. El cine ha retratado la encrucijada moral que se presenta en esas situaciones, y una forma de mostrarla ha sido desde una perspectiva religiosa. El monje, coproducción entre Francia y España, narra el descenso al infierno de lo carnal de un hombre de Dios que ha sucumbido a los deseos mundanos. La película, presentada en los festivales de San Sebastián y Sitges, ha sido dirigida por Dominik Moll (responsable de las inquietantes Harry, un amigo que os quiere y Lemming), quien adapta una novela gótica de Matthew G. Lewis, polémica en su día.
En la España del siglo XVIII, unos monjes capuchinos encuentran a las puertas de su monasterio a un bebé abandonado al que llaman Ambrosio. No dudan en cuidarlo y educarlo de acuerdo con las creencias de la orden. Ya adulto, Ambrosio destaca por sus férreas convicciones y los discursos que pronuncia delante de los feligreses, lo que le convierte en un líder espiritual y un modelo a seguir. La llegada a la comunidad de un misterioso novicio, que oculta su rostro bajo una siniestra máscara, supondrá un punto de inflexión para el monje al dejarse llevar sin remedio por sus deseos ocultos.
El monje parte de un planteamiento osado, no por su temática, sino porque opta por un estilo de cine en desuso, con una narrativa clásica y pausada. Una atmósfera envolvente, plagada de visiones oníricas, atrapará al espectador receptivo entre las dudas de Ambrosio, interpretado de forma notable por Vincent Cassel. El francés está secundado por Déborah François, Jordi Dauder (en uno de sus últimos papeles), Sergi López y Geraldine Chaplin. Como curiosidad, llama la atención la presencia del cómico Javivi en un registro serio.
Es una pena que el largometraje no vaya más allá en su retrato del mal y la tentación, en parte porque lo que escandalizaba en el siglo XVIII no lo hace ahora.