La trayectoria artística de Hayao Miyazaki, figura creativa del mítico Studio Ghibli, ha intensificado la atención cinéfila hacia el ‘anime’. El director, quien ha anunciado su retirada, se despide con El viento se levanta, obra en la que expone su visión de la vida, en este caso representada en un ingeniero japonés al que le apasiona diseñar aviones. Miyazaki ofrece una película hermosa y fascinante por las ramificaciones de su discurso (alude a la realización personal o al amor) que además refleja que el esfuerzo en la consecución de los sueños articula la propia existencia.
Presentado en los festivales de Venecia, San Sebastián, Toronto o Sitges, el filme prescinde de la vía fantástica, aspecto que define el cine de Miyazaki, aunque la trama sí incorpora secuencias oníricas. Las frases “el viento se levanta. Debemos tratar de vivir”, de profundo significado, orientan el relato, desarrollado en el periodo de entreguerras en un contexto dominado por la carrera aeronáutica. La historia muestra un Japón que está por detrás de Estados Unidos y las potencias europeas. Jiro, el protagonista, trabaja en diseños para el ejército, pero él no piensa en la guerra y solo quiere construir aviones hermosos, concepto que desliza el mensaje antibelicista del largometraje.
Crítica
La maestría narrativa de Miyazaki se manifiesta en su forma de integrar en la historia las elipsis y los saltos temporales. El autor opta por un ritmo pausado que realza su carácter poético, si bien ralentiza demasiado algunos pasajes, lo que puede mermar el interés de parte del público. Mediado el metraje, Miyazaki introduce un componente romántico, ya esbozado en un encuentro previo entre los personajes.
La trama amorosa atrapa por su manera de jugar con el destino y por la belleza de momentos como el de la sombrilla o el del lanzamiento del avión de papel por el balcón, que recuerda, distancias al margen, a ‘Romeo y Julieta’. La relación de pareja transmite dulzura, complicidad y resalta la fuerza del amor incondicional.
El aspecto visual, con esos paisajes del Japón de los años 30, y la banda sonora potencian las emociones que busca evocar Miyazaki. La película incluye detalles referentes al sonido del viento que se evidencian durante el terremoto o al escuchar el ruido que provocan las hélices y los motores de los aviones.