El cine de Paco León consigue explotar en ‘KIKI, el amor se hace’, una película bastante más imponente y educada que lo que suscita su etiqueta -comedia erótico-festiva-. La trama se acerca al análisis de las relaciones de pareja, mientras va rompiendo el tabú de las parafilias y el sexo como valor resolutivo. Técnicamente convencional, la forma de tratar el fondo -en KIKI lo hace de manera soberbia- coloca a León como uno de los directores con más y mejor personalidad del panorama audiovisual español. No para todos los públicos, pero sí para todas las mentes que, además de pasar un rato entre carcajadas y sudores -no fríos, precisamente-, pretenda reflexionar sobre la naturalidad en uno de sus mayores grados.
Siendo el remake de The Little Death (Josh Lawson, 2014), León demuestra habilidad a la hora de utilizar el argumento de su mentora, pero tratando la temática con un tono más certero y naturalista. ‘KIKI, el amor se hace’ no es sólo un tejido formado entre cinco historias de amor, un testimonio que encuentra el drama en las dudas de sus protagonistas, sino un refresco para el género, una comedia diferente que explora tabúes e invita a romperlos. Repleta de aciertos, ‘KIKI, el amor se hace’ funciona como un apósito de placer para las heridas, pero sin abandonar la cotidianidad de las situaciones, ni a los planos discretos. He aquí una de las diferencias que definen su clima; es sencilla, que no simple. Y ello se sucede como las fichas en busca del efecto dominó, para darle al espectador lo que está buscando; las respuestas profundas, a un drama enfocado con franqueza y humor. Porque, a pesar de sus chistes, de la cantidad de veces que roza el melodrama fútil o el autocontrol de los guionistas -León y Fernando Pérez- para usar correctamente el cliché, ‘KIKI, el amor se hace’ es un drama dedicado a las parejas que, en lugar de desinhibirse y afrontar los obstáculos con naturalidad, se sumen en la desesperación y la desconfianza. La perspectiva del qué, en lugar del por qué, del cómo, en lugar del cuándo, la sorprendente llaneza con la que se suceden los diálogos, los monólogos internos y las acciones, y lo lejos que llega lanzando el anzuelo; gran parte del público, en algún momento, se sentirá identificado hasta el punto de sentirse a salvo durante la proyección para, después, manifestar sus secretos sin temor a la opinión del grupo. ‘KIKI, el amor se hace’ es una forma de entender, no sólo las filias, sino el paradigma del sexo con o sin amor. Busca el protagonismo apuntando, con un foco, hacia las butacas que la están acompañando, hacia las miradas que la están admirando y hacia el interior de aquellos carentes de decisión. Estimulante, necesaria y terapéutica, es una de las mejores comedias ejecutadas en los últimos años.
El salto adelante que León dio en Carmina y Amén (2014), aquí toma una nueva dimensión gracias a su trabajo con el reparto. De la irreverencia de Alexandra Jiménez, a la inconsistencia de Alex García, de la gravedad de Candela Peña, a la poderosa Belén Cuesta, todo ello alrededor del personaje interpretado por el propio director, representante de su ecología cinematográfica.
Cine adulto, del que se ve poco últimamente, con un poder visual inusitado en este tipo de ejercicios. KIKI, el amor se hace será controvertida para muchos, no obstante es un error etiquetarla, pues corresponde con la libertad y el anarquismo comunicacional del sexo y sus variantes. Tras sus dos experimentos vanguardistas sobre la supervivencia, León se confirma a sí mismo como uno de esos directores de los que el público, o se enamora irremediablemente, o le mira con recelo.