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Crítica de Sully, el ciudadano ilustre de Estados Unidos

crítica de sully

‘Sully’ es, ante todo, el paradigma del norteamericano medio. Bajo una carcasa técnica inmaculada, Clint Eastwood explora la esencia de un país en plena transición democrática, tanto a nivel humanístico como burocrático. crítica de sully, el ciudadano ilustre de estados unidos

Partamos del siguiente preámbulo: Sully no es una de las mejores películas de Clint Eastwood. Aunque quizá sí en el aspecto propagandístico. La historia del célebre aterrizaje forzoso, en mitad de un semi-congelado río Hudson en la Nueva York de 2009 -atizada por el escándalo de los bonos de hipotecas basura que asoló Wall Street, con Goldman Sachs y las agencias de calificación (Standard & Poor’s y compañía) observadas con un pánico atávico por el resto de actores internacionales-, se revela como el síntoma cíclico de una sociedad que, cada cierto tiempo, necesita que le recuerden que la morfología de United States of America contempla, en su primera palabra, la esencia de su suprema existencia: el trabajo en equipo, la preocupación por el prójimo, arrimar el hombro y confiar en la capacidad de decisión de los profesionales. De eso, y no de un exhaustivo desglose técnico sobre el procedimiento a la hora de abordar un imprevisto accidente de aviación, se sirve Eastwood para dar un golpe encima de la mesa en la víspera de las elecciones presidenciales. Pero con las cargas de violencia imperceptibles, casi completamente ocultas, y los índices de sobriedad y trascendencia perfectamente ajustados a lo que en estos nuevos tiempos es una suerte de contracultura en Hollywood: la ausencia de paternalismo y fuegos artificiales para configurar al héroe norteamericano contemporáneo, Chesley Sullenberg.

tom hanks y clint eastwood en el rodaje de sully
Tom Hanks y Clint Eastwood en el rodaje de Sully

Estados Unidos siempre cuestiona a sus héroes antes de colocarles la medalla. Una prueba de algodón de la que el personaje de Tom Hanks no iba a escapar, por muchos deseos y plegarias que el pueblo le rezase

Es cierto que el director de Sin Perdón siempre ha viajado en solitario, sin dejar de observar las fluctuaciones de la industria norteamericana, pero operando sólo bajo sus principios. También lo es su declamado patriotismo, por lo que se entiende su inclinación hacia esos sujetos que, por obra y servicio, han mantenido intacto el corazón de su nación. No le niega admiración, mientras ahonda en las profundidades de un hombre que empieza a dudar de sus capacidades, hasta que recuerda sus inicios surcando las corrientes de viento. El detalle es sumamente importante si nos atenemos al tríptico que nos presenta la cinta para mantener la tensión: ¿Sullenberg obró correctamente o se equivocó? ¿Acaso tenía problemas personales? ¿Dónde se establece el límite que separa el factor humano de la negligencia? Es decir, el mismo proceso burocrático que sufrió el Comandante días después de salvar a 155 personas, entre pasajeros y tripulación, después de perder los dos motores tras impactar con una bandada de pájaros. Estados Unidos siempre cuestiona a sus héroes antes de colocarles la medalla. Una prueba de algodón de la que el personaje de Tom Hanks no iba a escapar, por muchos deseos y plegarias que el pueblo le rezase.

En este caso, según se explica brevemente en el guión firmado por Todd Komarnicki (basado en el libro escrito por Jeffrey Zaslow y el propio Chesley Sullenberg), las aseguradoras y los fabricantes del aeroplano no confiaban en la labor del salvador, pues sus cálculos matemáticos respondían a panoramas completamente distintos a la realidad. No obstante, todo el globo sabía que detrás de esa acusación por una presunta mala elección -no regresar al aeropuerto de LaGuardia, ni tampoco virar hacia el de Teterboro, sino aterrizar en el Hudson- no había más que intereses financieros. Es el propio sistema, como ente intangible, el que separa la calidad humana de la maquinaria robótica, el que le pone la zancadilla a la buena persona para hundirla como con tantos otros hizo la Historia. He ahí la razón humanista de la película y que sea Hanks -la quintaesencia del norteamericano sencillo que acaba marcando la diferencia- el encargado de interpretar a un hombre que explicó, por la vía rápida -208 segundos-, lo que significa ser filántropo.

tom hanks en sully
Fotograma de Sully con Tom Hanks como protagonista

“Sully, además de enmarcar su estreno en una coyuntura político-social que necesita más reflexión que fe ciega, se revela como una de las mejores narraciones en la gran pantalla de los últimos seis años

No hay sorpresas, Hanks está por encima de absolutamente todo. Incluso de una técnica impecable que, a través de la recreación del suceso, coloca otro ladrillo en el gigantesco edificio de realidad virtual que está construyendo Hollywood para sobrevivir a las nuevas tecnologías, y también rememora a las grandes producciones para recuperar el realismo perdido en favor del CGISully, además de enmarcar su estreno en una coyuntura político-social que necesita más reflexión que fe ciega, se revela como una de las mejores narraciones en la gran pantalla de los últimos seis años. De hecho, podría entrar en un hipotético Hall Of Fame, siempre y cuando Eastwood aceptase tal honor, pues los reconocimientos están precedidos de un examen concienzudo sobre la obra del autor, y quizá no sea eso lo que pretende el cineasta octogenario. Qué me digo, seguramente esté muy alejado de esa ambición. Por lo que llegados a este punto, y a la vez que asimilamos que un relato como tal, todavía se puede analizar con seriedad y rigurosidad, es inevitable realizarnos la siguiente pregunta: ¿Qué habría sido de esta pequeña fábula –y gran hazaña- sobre la bondad y el conocimiento en manos de Oliver Stone? Seguramente, un producto que levantaría ampollas por exceso, pero que de igual manera sería olvidado al día siguiente. Contra eso lucha la película, mostrando un factor diferencial en el cada vez más boyante mercado audiovisual. Si el nuevo acercamiento de Eastwood a la entraña estadounidense funciona de esta manera, es gracias a la serenidad heredada de los buenos tipos como Sullenberg, aquellos capaces de soportar el peso de un país casi sin quererlo.

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