El Tubo es una película que ya hemos visto docenas de veces (y mejor contadas) y que sólo aporta al género algunas decisiones erróneas
En El tubo, una mujer se despierta dentro de un lugar con extraños conductos y con un brazalete que le va marcando el tiempo de las sucesivas pruebas que tiene que superar para salvar su vida.
El segundo largometraje de Mathieu Turi tiene, de base, todos los ingredientes para convertirse en una película angustiosa, claustrofóbica y aterradora, pero acaba revelándose como un recorrido por situaciones que ya hemos visto incontables veces y de forma mejor contada. Quizá lo más interesante sea su punto de partida, en el que el personaje interpretado por Gaia Weiss (Los Medici, Vikingos, Hércules: El origen de la leyenda) sube al coche del asesino de su hija (Peter Frezén, al que hemos visto también en Vikingos y muy pronto en La Rueda del Tiempo) para vengarse de él. Tras unos minutos de tensión muy bien manejada, ella aparecerá en el interior del tubo, un recorrido plagado de trampas en el que se pondrá en juego su vida.
Aunque al principio da la sensación de que la película trata de plantear la duda de quién la ha encerrado en ese tubo (tal vez su asesino), la estética de ciencia ficción del traje de Gaia Weiss y del tubo, así como los complejos mecanismos que lo pueblan, hace que cualquier pregunta que nos podamos hacer se evapore. Todo lo que rodea al personaje canta a experimento alien para descubrir aspectos sobre el ser humano. De cualquier modo, Gaia Weiss tampoco se hace muchas preguntas. El enigma carece de importancia, cuando esas preguntas de ¿quién y por qué? han sido el combustible de películas similares mucho mejor resueltas como El Círculo, Scape Room, la saga de Saw, Cube o Exam.
Por desgracia, esto no es lo único que El Tubo hace mal. Otro de los elementos que dan fuerza a este tipo de películas, como es la relación entre los personajes atrapados en la prueba, también acaba por tierra tan pronto como aparece. Y es que, cuando Gaia Weiss se encuentra en el tubo con el asesino de su hija, se abre un abanico de posibilidades enorme. ¿Tendrá que colaborar con él? ¿Deberán entenderse? ¿Será un aliado capaz de traicionarla en cualquier momento? ¿Trabajarán juntos y acabará perdonándolo? Pero Mathieu Turi sabotea el material que tiene entre manos, descartando la figura de Peter Frezén a los pocos minutos de que haga acto de presencia y transformándolo en una especie de zombie calcinado que persigue incansable a la protagonista emitiendo unos gruñidos que se hacen cansinos a los pocos segundos de escucharlos.
Mathieu Turi tiene entre manos una gran cantidad de ingredientes que no es capaz de combinar para entregarnos un plato potable.
Quizá El Tubo debería haber sido un cortometraje. Recuerdo haber visto hace años uno sobre un personaje que aparecía en una pendiente inclinada que desembocaba en el abismo, sin saber por qué estaba ahí. La angustia, tensión y preguntas que surgían en aquellos pocos minutos eran mucho más poderosas que las que nos lanza Turi durante hora y media. Como ya he dicho, el director parece empeñado en descartar los ingredientes que tiene entre manos y entregarnos un plato con muy poco sabor.
No sólo fallan los personajes y el propio tubo, sino que los juegos de cámara quedan muy lejos de los conseguidos, por ejemplo, por Rodrigo Cortés en Buried. El ángulo, el movimiento y los encuadres apenas logran transmitirnos la sensación de claustrofobia que, imaginamos, debe de sentir el antipático personaje de Gaia Weiss. La dirección de fotografía no destaca, a excepción de esos primeros minutos donde conviven la protagonista y el asesino, e incluso el gore con el que El Tubo intenta desmarcarse de otras historias con acabado más limpio resulta insípido, barato y una provocación que cae en saco roto: la secuencia en la que la protagonista aparta un cadáver que se deshace entre sus manos es tan larga y se regodea tanto que acaba resultando cómica.
Incluso el montaje de Joël Jacovella (editor, entre otras películas, del primer largometraje de Mathie Turi, Hostile, pero también de innumerables series como Crossing Lines, Gloria, Nox o Au dela des apparences) fracasa estrepitosamente. Se nota la tijera en muchos momentos y el cambio de orden en algunas secuencias, y las elipsis interrumpen cualquier sensación claustrofóbica que se hubiera generado desde la dirección.
La propia estructura de la película resulta, cuanto menos, estrafalaria, produciéndose una repetición en la que Gaia Weiss, con las pistas que ha descubierto, vuelve a recorrer el tubo con lo que se supone que son las indicaciones correctas de los caminos que tiene que seguir. ¡Pero atraviesa exactamente las mismas pruebas que en su primera iteración! Es uno de los muchos sinsentidos que pueblan El Tubo. Tampoco acabo de entender muy bien la cuenta atrás de su pulsera, que ni aporta tensión ni tiene sentido alguno en muchos de los desafíos. Además, quienes están detrás del tubo pronto muestran cierto favoritismo hacia la protagonista, algo que tampoco se llega a entender. Y la metáfora que impregna toda la película no merece el tiempo que dura.
Por mucho que me entristezca, ya que me adentré en El Tubo con ganas de sentir la angustia de un personaje atrapado, existen mil cosas más interesantes que hacer que perder una hora y media en una película que no tiene absolutamente nada que aportar y que, lo que aporta, lo hace mal.