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Crítica de ‘La Guerra del Planeta de los Simios’: Hermosamente previsible

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¡Ya hemos visto ‘La Guerra del Planeta de los Simios’! Esta es nuestra crítica de la última película de la trilogía dirigida por Matt Reeves.

Decía Thorstein Veblen que «no hay evolución cultural sin la cual no se produzcan luchas«. Puede que resulte un poco descontextualizador a la hora de hablar de ‘La Guerra del Planeta de los Simios‘ que use uno de los leitmotivs institucionalistas de un sociológo y economista norteamericano cuya obra, básicamente, se resume en una apasionada crítica a la evolución social, cultural y económica de su país. ¿Qué narices tiene que ver este tipo con los monos? ¿O con Darwin?

Podría excusarme, como Matt Reeves -director de ‘La Guerra del Planeta de los Simios‘-, en que este inicio sólo pretendía impactar. Causar sensación. Incluso emocionar. Pero, en el fondo, es una estupidez. Y además algo previsible. ¿Simios? Evolución. ¿Guerra? Luchas. Tiene un hermoso sentido. Aunque, seamos sinceros, sólo pretendía haceros entender que así es como veo ‘La Guerra del Planeta de los Simios‘: un bellísimo discurso que se hace tremendamente previsible. Pero, aun así, funciona.

El inicio de ‘La Guerra del Planeta de los Simios’ es tremendamente inteligente. Una declaración de intenciones que te incita a pensar que la verdadera guerra se libró en la segunda película. Y que la guerra que tenemos delante no es una guerra entre hombres y simios, sino la guerra que César debe librar consigo mismo.

Me resulta tremendamente inteligente cómo Matt Reeves propone el punto de partida del final de la trilogía compuesta por ‘El Origen del Planeta de los Simios‘, ‘El Amanecer del Planeta de los Simios‘ y esta última. Este precioso final a la historia de César. A la dramática odisea de un personaje inolvidable. Otro más que le debemos a Andy Serkis. El futuro director de ‘The Batman‘ es capaz de impactar con letras e imágenes en los primeros compases del metraje. Te adentra en la acción a golpe de steady cam, emulando los videojuegos en primera persona. Y lo que parece el mismo juego de bandos en guerra en esos instantes, se transforma en una película completamente distinta.

Uno podría decir que, en realidad, la verdadera guerra de esta trilogía la hemos visto en ‘El Amanecer del Planeta de los Simios‘. Y realmente tendría que darle la razón. Pero Matt Reeves escoge muy bien qué tipo de guerra quiere representar en la gran pantalla. La guerra que plantea esta película no es la de los simios contra los humanos o la de los humanos contra los simios. ‘La Guerra del Planeta de los Simios‘ es la guerra de César. La batalla que este personaje, al que hemos visto crecer y desarrollarse en un entorno hostil y que sólo ansiaba la paz para limitarse a vivir, debe librar no contra el mundo sino contra sí mismo.

¿Dónde queda toda su moralidad y su ética cuando ve caer a lo que más ama en toda su existencia? ¿Qué le separa del abismo en el que cayeron sus enemigos en el pasado? ¿Cuál es el significado de hacer el bien hacer el mal?

Apoyado en la extraordinaria fotografía de Michael Seresin, la omnipotencia de la BSO de Michael Giacchino y la solvencia profesional de un infravalorado Andy Serkis, Matt Reeves compone el final de la odisea de un César shakesperiano más cerca de Hamlet que del simio rodeándolo de personajes arquetípicos que, en lugar de personalidad, cumplen una función: desbocarse en una estructura de guion sencillamente fallida que acaba resultando obscena a la vista de la belleza que hay en lo que no se dice.

Matt Reeves, obsesionado por emocionar a través de las imágenes más que a través de los acontecimientos -apoyado en el magnífico trabajo fotográfico de Michael Seresin y la pulidísima banda sonora del omnipresente Michael Giacchino-, nos regala un retrato shakesperiano a través de un simio que está más cerca de representar a Hamlet que a un animal. César, como Hamlet, ve la vida desde una posición analítica que raya la sublimación. Y, pese a todo, ambos son incapaces de frenar el odio y la ira que les atenaza. Es el destino el que les empuja. La vida cuando no se puede frenar.

Para contarnos la historia de la caída del líder, el cineasta coloca al lado de César a una amalgama de personajes arquetípicos que tienen, más que personalidad, funciones dentro del guion. Este está aquí por esto, ahora este está aquí por lo otro, luego aparece este… Y lo mismo pasa con la acción. Esto sucede porque tiene que suceder, ahora esto sucede porque también, luego sucede lo otro… La estructura del guion es tan sencilla que falla. Y lo que vemos es tan hermoso que acaba resultando hermosamente previsible o previsiblemente hermoso. A una gran mayoría le puede sacar de la película que pasen las cosas porque sí. Porque tienen que suceder para llegar a este punto. Y al siguiente. Etcétera.

Pero es cautivador ser consciente de lo magnéticos que son algunos momentos. Es curioso que una película de ciencia ficción que era promocionada como acción consiga ubicarse mejor en los momentos de pausa. Es delicioso ver cómo Matt Reeves pone la cámara donde la tiene que poner para que nosotros veamos no lo que está sucediendo o lo que están haciendo los personajes. Sino las emociones. El primer plano. Una mano. Los ojos. Lágrimas. El silencio. Esto, damas y caballeros, es cine. Pero no deja de ser exasperante comprobar cómo se diluye la experiencia cinematográfica cuando el guion vuelve a sacudirte. Y cuando el final de la película, el cierre de la trilogía, la despedida de César… Acaba convirtiéndose en lo más olvidable de la cinta.

Resumen de la crítica de ‘La Guerra del Planeta de los Simios’: previsiblemente hermosa o hermosamente previsible.

Una cinta que, en definitiva, gana más por lo que muestra que por lo que cuenta. Por lo que hay detrás del alma humana y el significado de qué somos. Por la profundidad que esconden los hechos. Como si ‘La Guerra del Planeta de los Simios‘ fuera una fotografía en la que, en primer plano, vemos una pelea desenfocada y, en segundo plano, en la profundidad de campo, enfocada, vemos a una mariposa aleteando sus alas a cámara lenta. Cada uno que elija con qué imagen quedarse. Yo, lo tengo claro. Esas alas son demasiado hermosas. Previsiblemente hermosas o hermosamente previsibles. Pero hermosas, al fin y al cabo.

La idea de que la supuesta creación del hombre y los animales por Dios, el engendramiento de los seres vivos de acuerdo con su clase, y la posible reproducción de máquinas, forman parte del mismo orden de fenómenos, es emocionalmente perturbadora, tal como las especulaciones de Darwin acerca de la evolución y el origen del hombre fueron perturbadoras. Si fue una ofensa contra nuestro propio orgullo el que se nos comparase con un simio, ahora ya nos hemos repuesto de ello; y es una ofensa aún mayor ser comparado con una máquina.

(Norbert Wiener)

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