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Críticas de cine

Crítica de ‘madre!’: El oscuro y triste canto de muerte de la Madre Tierra

crítica de madre! (2017)

Esta es nuestra crítica de ‘madre!’, la última película de Darren Aronofsky (‘Cisne negro’) protagonizada por Jennifer Lawrence y Javier Bardem.

En 1936, Federico García Lorca escribió una obra de teatro titulada La casa de Bernarda Alba. El poeta y dramaturgo granadino, casi llevado por la proximidad de la muerte que sentía tan cerca por culpa de esa maldición goyesca que acecha en la piel de toro española, llevó a cabo con dicha obra una ácida e irónica crítica a la España profunda. La misma que se llevó su vida por delante sin pedir permiso. Pero, sin saberlo, inconsciente y al mismo tiempo, elaboró un extraordinario análisis sobre el poder de la religión sobre los humanos, la supeditación de la mujer en el mundo de los hombres y la encarcelación del alma en jaulas de cuatro paredes con muros altos.

crítica de madre! (2017)

Si nombro La casa de Bernarda Alba no es por capricho. Ni tampoco porque ‘madre!‘, la última ofrenda de Darren Aronofsky a los dioses (en plural), sea la versión moderna de ‘Belle Époque‘ (1992). Lo hago porque ‘madre!‘ tiene tantas lecturas que no caben en una sola crítica. Y porque es el primer pensamiento que tuve durante los primeros compases de la cinta. En esa toma de contacto, Aronofsky todavía no había planteado su obra religiosa que pone en el cuadrilátero a las dos creaciones de Dios: la naturaleza y los hombres. El inicio de ‘madre!‘ es tan opresivo como el de La casa de Bernarda Alba. Pudiera parecer que el papel de Javier Bardem, ubicado correctamente ante la imperativa cámara de Aronofsky, era el de la Bernarda Alba masculina del cine.

Pero no. No lo era. Ni mucho menos. La claustrofobia del personaje femenino no es impuesta, sino auto-impuesta. Aquí no está Lorca. No está La casa de Bernarda Alba. «Aquí hay algo más. Algo que se me escapa«, pienso.

‘madre’! es como viajar al pasado y ver una obra de David Lynch bañada en un filtro de fe y teología.

Y, de repente, alguien dice: «Este es mi hogar y tengo que convertirlo en un paraíso«. Y todo cambia. Recuerdo que estoy viendo al tipo que hizo ‘Pi, fe en el caos‘ (2008). El mismo tipo que hizo una película sobre drogadictos titulada ‘Réquiem por un sueño‘ (2000). La misma persona que vendió su alma al diablo para hacer ese naufragio cinematográfico llamado ‘Noé‘ (2014). En ese momento, mi mente se expande. Como salir del agua después de aguantar la respiración durante un minuto e introducir todo el aire posible en mis pulmones. El cerebro me quema y empiezo a arder al son del simbolismo religioso más configurado posible. Y lo entiendo: todo está en la pantalla porque tiene un significado. Al menos para él.

Darren Aronofsky es uno de esos directores que se han marchitado con el tiempo. Es como viajar al pasado y ver una obra de David Lynch bañada en un filtro de fe. Viendo ‘madre!‘ he tenido la sensación de estar delante de un cineasta con madera de escritor. Especialmente de teatro. Esta película tiene más de obra teatral que de película. Es como un viejo y desgastado poema que renace. La sensación es similar a la de ver ‘El árbol de la vida‘ (2011). Como Terrence Malick, Aronofsky es apabullante y te acompleja. Es imposible no odiar y amar ‘madre!’ al mismo tiempo. Uno tiene la sensación de que sabe  y no sabe lo que está sucediendo. Y termina por aceptar que el mensaje es del creador y la interpretación, del receptor.

Dos horas de largos, angustiosos, complicados y enfermizos planos secuencia con el rostro de una Jennifer Lawrence meteórica. Darren Aronofsky es capaz de crear tensión sin necesidad de BSO.

Con las reglas del juego pactadas la película se ve con otros ojos. Te empiezas a dejar llevar por esos largos, angustiosos y complicados planos secuencia próximos a una Jennifer Lawrence meteórica, que con ‘madre!‘ ha alcanzado el máximo exponente en su carrera interpretativa. Tendrá un Oscar en la mano, sí. Pero su futuro es mucho más prometedor que cualquier premio después de este trabajo. De ella tira Aronofsky. El cineasta pone en sus ojos una cámara que rota de 180 a 360 grados echada al hombro de los realizadores. Hay que ser un director tremendamente virtuoso para mantener el mismo estilo durante las dos horas que dura esta película. Y, al mismo tiempo, Aronofsky es fiel a su estilo: te ha destrozado la mente, tú lo has aceptado y, además, te ha dejado su tarjeta de visita.

Dos horas con un ritmo marcado y progresivo. ‘madre!‘ está dividida en dos actos definidos por un haz de luz que rompe la tensión generado durante ambos episodios. Pero, cada acto, tiene un in crescendo cercano a los episodios de ansiedad. La cámara oprime, perturba. Es casi enfermiza. Darren Aronofsky te obliga a bailar en las llamas de su conocimiento y no puedes apartar la mirada en ningún momento. Te mueres por saber lo que pasa a los 30 minutos de empezar la película, pero eres consciente de que hay que pagar un precio terrible por hacerlo. Es un viaje hacia el éxtasis definitivo. Hacia la verdad absoluta. Una odisea por la patólogica mente de un creador trastornado que ni siquiera necesita una banda sonora para disparar tu angustia.

‘madre!’ es el canto de cisne de la Tierra y una carta de culpabilidad para todos los que giramos la cabeza mientras la naturaleza se muere.

Al final, lejos de las interpretaciones y explicaciones teológicas; fuera de la anarquía y el caos que libera el cineasta en el último tercio del film; obviando el hecho de que, en gran medida, nos hace sentir estúpidos y nos inhibe de responsabilidades como espectadores… Al final de todo eso queda la sensación de que ‘madre!‘, sin ser una película para todos los públicos, es una llamada a la conciencia. Una oda a la naturaleza que grita en mitad de la urbe pidiendo amor. El canto de cisne o carmen cygni de la Tierra muriéndose, sola y triste, ante la impasible mirada de la creación de Dios: los hombres. ‘madre!‘ es la despedida del mundo en llamas y es la carta que Darren Aronofsky escribe a la sociedad para escupirle una sola verdad a la cara: todos y cada uno de nosotros somos culpables.

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