El paso que Birdman nos ofrece, más allá de lo predecible, es su atrevimiento estructural basado en el empleo de la batería como elemento de percusión absoluto
Birdman: La partitura para la presente obra supone el caso extremo. Muchas veces acontecido en la historia del cine (pero no demasiadas en una vertiente tan arriesgada), de música insertada directamente y solo para el fin de la imagen. El paso que Birdman nos ofrece, más allá de lo predecible. Es su atrevimiento estructural basado en el empleo de la batería como elemento de percusión absoluto que maneja la intención artística de músico y director. Nada fácil, siempre un peligro en cualquier instante mal aplicado pero, sin duda, con gran detalle en el resultado final.
El dibujo genérico que podemos adivinar al poco de iniciarse la historia de Birdman. Se mueve en una dualidad contundente, bien marcada, entre las estridencias y revoltijos del instrumento solista y protagonista (que refleja absolutamente la vida actual, desastrosa y caótica del personaje principal) y unas cuerdas elegantes, pausadas, esperanzadoras de la orquesta a las que el director (que no compositor, ya que no es música original suya sino obras clásicas) dota de una función etérea, tal y como resulta ser el sueño que Riggan Thompson quiere llegar a conseguir: una vida plena de reconocimientos verdaderamente artísticos.
Alejandro González Iñárritu como director y Antonio Sánchez como escultor de la música plantean, al inicio de Birdman, una interesante propuesta. El espectador presencia unos comienzos algo desajustados en cuanto a la música en pantalla. Parece verse algo y escucharse nada, simplemente un extraño revuelto de golpetazos de una batería al tiempo que nada queda milimétricamente secuenciado entre su ritmo y sonidos y las secuencias, que inicialmente son dialogadas con el instrumento en plena acción dando la sensación de un montaje caótico extraño y desafortunado.
Nada más lejos: el montaje sí es caótico y extraño, pero para nada vacío de fortuna
El desorden que presenciamos es, simplemente, el reflejo de la vida de Riggan, perdido, sucio, incomprendido y desequilibrado. Gran idea, gran resultado. A la media hora de metraje esta sensación, situado ya el planteamiento del protagonista inteligentemente desaparece y la composición deja de escucharse durante los diálogos para, astutamente, unir una escena con otra.
Un final de primera parte de grandísimo nivel. Con una percusión exquisita llegando a sincronizar platos y bombo con golpes de Keaton en su habitación y un sonido que desequilibra al espectador, unido al carácter violento del protagonista. Un desenlace habilidoso y estudiado (en el que la batería llega a fusionarse con la orquesta conceptualmente hablando y así ya reflejar no el caos vital de Riggan sino su realidad alcanzada) y unos créditos iniciales y finales exquisitos dan un cuerpo muy equilibrado y metódico a esta obra.
Concluyendo, un trabajo estupendo en el que destacan el riesgo y la originalidad, entorpecidos por el lado puramente compositivo de la partitura. Su brillo es interpretativo, pero no luce una composición sobresaliente, evidentemente supeditado todo al uso único de un instrumento. Por otro lado, el empleo de música clásica con una clara y voluntaria intención da cierta riqueza al conjunto pero para la presencia firme y completa de la partitura original, lo que ha llevado al compositor a no poder optar al Óscar. Con todo, gran labor, sin ninguna duda.