Juan Miguel del Castillo basa su ópera prima, ‘Techo y Comida’, en una época de sometimiento por recortes, desempleo y un índice de pobreza disparado. Una situación social desequilibrada, representada por una madre primeriza que se deja llevar por la corriente, con su hijo de la mano. El drama está ahí, está vivo, pero se limita a exponer uno de tantos casos que nada tiene que ver con los desahucios, sino más bien con una singularidad dentro del abanico de injusticias sociales en las que basa su relato. Un relato que únicamente se sostiene gracias a las interpretaciones de unos Natalia de Molina y Jaime López en estado de gracia, naturales y sin tremendismos.
Bajo las limitaciones presupuestarias en ‘Techo y Comida’, pues quedan presentes en cada secuencia y diálogo, el director aprovecha para narrar un drama limitado por su perspectiva, un drama que deja en la estacada todo giro argumental, tratando de mostrar crudeza de manera lineal. Lo que representa dicha pieza es una evidencia tras otra, un caso del que, el que lo ha experimentado no necesita que recuerden, y el que no, no va a llegar a empatizar, puesto que cuenta con un argumento fácilmente extrapolable a otras épocas. No es muy común dedicar una denuncia social a una trama donde la protagonista cumple ocho meses sin poder pagar alquiler (situando al arrendador como un borracho a vuelta de todo. Llamativo.), trabaja donde puede y vive un infierno del que, gracias a lo plasmado, no parece ponerle solución alguna, más que dejarse llevar por la corriente que arrastra a los resignados. Y es aquí donde patina ‘Techo y Comida’, en un enfoque de muy pobres aspiraciones, ya no por buscar el sensacionalismo, innecesario en este caso, sino por sustituir secuencias vacuas por momentos que realmente expongan el drama por el que nuestra protagonista está concurriendo. 90 minutos que se alargan en favor de un final previsible aderezado con un mensaje que, lamentablemente, llega tres años tarde. Verídica, pero pretenciosa y previsible, ‘Techo y Comida’ sólo consigue dejar poso en secuencias determinadas, evaporadas por la cantidad de relleno y evidencias habidas en su trayecto.
Errores de guión y enfoque que son solventados en ‘Techo y comida’ gracias a la interpretación de Natalia de Molina, que no de su personaje, presentado como el adalid de las víctimas de injusticia social, pero sorprendentemente conformista y abatido. Es complicado dar credibilidad a un personaje que descarga su rabia contra el que ha sido base de su sustento durante ocho meses. Intimista, austero en palabras, que trata de aguantar ante las acometidas de la vida, pero sin buscar más solución que resignarse ante la misma. Todo ello se respira de cada mirada y suspiro de una Natalia de Molina que ha llegado para quedarse y otorgar una nueva esperanza al cine español. Jaime López y Mariana Cordero ayudan desde la naturalidad de sus actuaciones, pero no terminan de superar la barrera de la condescendencia.
‘Techo y Comida’ se contenta con presentarnos dos personajes abocados a la desesperación, a la pobreza y a una situación que el espectador conoce desde que aprecia los créditos iniciales. Carente de profundidad, la pieza de Juan Miguel del Castillo trata de ser un golpe de efecto a la causa perdida, pero no avanza más allá del relato efervescente y anacrónico.