La gran pregunta del género tiene mucho que ver con las referencias que adopta Jason Zada en ‘The Forest (El bosque de los suicidios)’; cuándo tuvo lugar la eclosión del suicidio en Japón como género (sí, como género) en el cine de terror y fantasía. Siendo muy estimulante, a pesar de una ristra de clichés totalmente gratuitos, Zada consigue que el misterio se instale en el pensamiento analítico del espectador, aunque se olvida rápidamente. Toda la controversia generada en torno a este factor es interiorizada por una Natalie Dormer con doble papel, aunque nada que ver tiene con la ejecución de Tom Hardy en ‘Legend’ (Brian Helgeland, 2015).
Aunque Zada se empeña en poner marcas durante la película en favor de una psicología o de una posibilidad incluso metafísica, The Forest (El bosque de los suicidios) no deja de ser un clásico adaptado a la contemporaneidad. Es misterioso, sí, pero en ningún momento da la sensación de poder hacerse creíble, de poder borrar los vestigios del homenaje hacia obras como ‘Jigoku’ (Nobuo Nakagawa, 1960), ‘Dark Water’ (Hideo Nakata, 2002) o ‘Cure’ (Kiyoshi Kurosawa, 1997). Un homenaje estandarizado, americanizado en tierras japonesas donde Natalie Dormer se adentra en la neblina de un bosque mitificado, en la confusión generada por la desconfianza hacia un extraño que ofrece su ayuda en la búsqueda de la gemela perdida. Si bien hay que remarcar que este vértigo está muy bien trasladado al espectador, las innecesarias muestras de terror -el susto clásico o la tipiquísima señora ciega en mitad de un pasillo únicamente alumbrado por un fluorescente parpadeante- son errores procedentes del cine comercial, de esa obligada adaptación a un público con una identidad diferente. Quizá es por ello que esta ópera prima tiene mucho por lo que ser aclamada, pero más si debe ser analizada como un intento plataformista, es decir, como un anarquismo que trata de ser revolucionario pero se queda en lo primitivo, en la anarquía menos agradecida.
Al correcto estilo visual se le adhiere la capacidad para generar tensión en mitad de un páramo, para hacer florecer la atmósfera envolvente del mejor cine terrorífico, sin embargo, tanta tensión se acaba quedando en una sucesión mal estructurada de clichés, frases tontas y artificios que favorecen el entretenimiento, pero nada más. Las lecturas a parte son de libre albedrío, pero el abandono de una idea prometedora es suficiente para condenar a ‘The Forest (El bosque de los suicidios)’ al olvido.
La mejor noticia que Zada ha llevado a la gran pantalla es el buen augurio que genera Dormer hacia futuros papeles. No deja de dar la sensación de estar capacitada para un papel grande, lejos de todo este clima de psicología aplicada a un terror mas bien infantil. Al menos, el novel director ha respetado ese halo de sobre-actuación que los intérpretes asiáticos le aportan a sus películas, ese quiero y no puedo, ese síntoma de una sociedad dispuesta a creer todo lo que le dicen.
El problema de ‘The Forest (El bosque de los suicidios)’ no está en el final, pues es de lo mejor de la película, sino en todas las referencias al cine japonés aplicadas al efectismo hollywoodiense, en la falta de creatividad para no sólo crear el mareo y llegar al puerto, sino para hacerlo con el mástil y las velas en buen estado. Los terrores internos o las intimidades reprimidas dejan de tener importancia, se abandonan a lo que es; terror barato.