Difícil imaginar The Lady In The Van sin la ternura y el mal humor de Maggie Smith, ambas al servicio de un espectador que caminará entre el clima anglosajón y la indulgencia ante tan vacuo ejercicio de Nicholas Hytner.
La disposición teatral de una historia con una irritante voz en off como vehículo narrativo, y un recurrente empeño por establecer el humor negro de la protagonista como primer impacto y reconocimiento, sólo funcionan cuando remiten a la ligereza del género sin buscar más moraleja que la de vivir con entusiasmo.
A pesar de la evidente falta de ritmo en el guión, Hytner prueba con solvencia, y de manera inaudita, que el genuino cine inglés sigue siendo capaz de convencer al espectador. Vacila entre la diversión de una anciana golpeada por las malas decisiones y el drama de una indigente ávida de ayuda y comprensión. The Lady In The Van da la sensación de querer dejar huella, sensación que, sin embargo, se desvanece cuando una historia bien parecida (y real) se queda en la anécdota, sin reflexionar, simplemente dedicada a la exposición de un humor anglosajón más bien caduco. De que puede convencer no cabe duda, pues los gags funcionarán para aquel que esté dispuesto a aguantar el bostezo con tal de disfrutar de una nueva exhibición a cargo de Smith. Las entretenidas vivencias de la señora Shepherd se tratan con condescendencia, la trama se encierra en el protagonismo de Bennett desde su perspectiva metafórica sobre la existencia, sin dedicarle la más mínima atención al interior de una mente inestable, repleta de sentimientos con los que aguzar el ingenio y dejar a un lado la intrascendente vida del autor. Recuerda a las adaptaciones lineales, sin apenas tratar, de obras literarias ya lineales de por sí, donde la fuerza central de la trama aparece y desaparece como la historia de una tripulación marítima contada por el ruido y la furia del océano. La mezcla hacia una simbiosis teatral donde aunar la voz en off, el desdoblamiento inverosímil de Alex Jennings y la paranoia músico-social de Shepherd hace olvidar que la historia es real y, salvando la invención de Bennett, totalmente plausible. The Lady In The Van es un tira y afloja poco arriesgado con final ridículo, donde el miedo a parecer presuntuoso se manifiesta secuencia tras secuencia, a veces imperceptible, en el avance temporal (15 años) donde apenas se nota la injerencia del mal psíquico en la conducta de una señora abandonada a la suerte de un escritor con falta de experiencias propias.
El único motivo por el que aplaudir tras la verborrea es la majestuosa interpretación de una actriz quien, en el descuento de su carrera (80 años), sigue dando visos de un don que parece no tener límite. Jennings pasea por la tangente en dos registros correctos, ensombrecidos por la presencia de una Smith casi siempre turbadora, divertida y elegante a pesar de los kilos de basura que mueve con tesón y rabia, con el ímpetu de un cuerpo ajado y una mente entrenada para la supervivencia. Una interpretación cuya lucidez incide sobre el espectador de manera maravillosa.
Qué habría resultado de The Lady In The Van si la narrativa le hubiese dedicado más seriedad e importancia a su premisa es imposible saberlo. Lo que sí es seguro es que sin estilo, la planicie se apodera de todo.