‘Triple 9’ responde al cómo desperdiciar un elenco de primer nivel, en una mera película de sobremesa.
John Hillcoat, un experimentado cineasta en analizar el fango interno del ser humano, pone la tensión en una atmósfera atestada de rojo y negro, como una partida a la ruleta en la que lo que se apuesta es la vida. Es, precisamente, la fotografía la que hace de este thriller policíaco algo más que el vacuo enfrentamiento entre bandas latinas, oficiales corruptos y mafiosos amorales. Las lagunas son dañinas y costosas para el objetivo del director, sin embargo, la película es igualmente disfrutable, amena y trepidante.
La previsibilidad de sus giros argumentales no dejan lugar a la duda, ni tan siquiera a la sorpresa cuando Hillcoat se dispone a encender la mecha de la traca final. Y como si de una se tratase, el grito de los fusiles entierra lo sórdido de la trama, de los personajes y hasta de cualquier atisbo de luz que permita apreciar las razones por las que se mueven estos. Lo que escribe Matt Cook se queda en algo hueco, simple y de fácil digestión, a pesar de tener todos los ingredientes para que los tímidos guiños a The Wire fuesen algo más que una ristra de términos lingüísticos en un homenaje a los barrios más problemáticos de Los Angeles. De hecho, si el espectador, después de asistir a un final cortado a medias, se replantea la historia en un ejercicio de fidelidad a su propia memoria, llegará a la conclusión de que podría haber una primera parte que, lástima, no vio -y no, no la hay-. Para oscurecer un argumento, paradójico, hay que esclarecerlo en aras de que público no sienta la necesidad de estrujarse el cerebro para de hilvanar la película. El gran problema es que Hillcoat, en un intento por encumbrarse como el mejor retratista de la miseria y la desesperanza en la gran pantalla, se torna pretencioso y perdido con un guión que en ningún momento trata de llevar a engaño. Al contrario, en los primeros minutos muestra el mismo fondo narrativo que el clásico noir norteamericano de la era contemporánea: una idiosincrasia que adolece de ética, escrúpulos y anhela una cuenta opaca en Panamá con millones de dólares haciéndose compañía los unos a los otros. Qué sería de Triple 9 sin su fotografía, sin la percusión constante de la BSO a cargo de Atticus Ross, sin un Casey Affleck que abraza al Jake Gyllenhaal de Zodiac, sólo lo saben aquellos que decidieron sustituir la fuerza visual de la tragedia dramática, por el simplismo de unos villanos verdaderamente desconocidos.
Sintomático es el reparto de Triple 9. Que Chiwetel Ejiofor, Anthony Mackie, Norman Reedus, Gal Gadot, Aaron Paul, Michael Kenneth Williams, Woody Harrelson y Kate Winslet -además del pequeño de los Affleck- se ensucien el alma para interpretar a unos personajes intensos desde su abismo interno, dice mucho del empeño con el que Hillcoat trata de dar credibilidad a un thriller repleto de clichés. No obstante los intérpretes hacen un buen trabajo, la extravagancia de sus lagunas es tan elevada que no puede ser sino una película ejecutada desde la confianza y el caos.
Realizada para todos los amantes del entretenimiento donde reinan los atracos, las traiciones, los ingenuos recién llegados y los explosivos ilimitados, Triple 9 no deja de dar la sensación de que ha perdido algo por el camino. Concretamente, los nexos que habrían hecho de ella una cinta coherente con sus movimientos, sin perder la anárquica esencia con la que trata, no sólo de conquista al respetable, sino al género en particular.