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[CRÍTICA] ‘Vaiana’ es la expansión animada de las (no) princesas Disney

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vaiana (moana) disney animation

Cargada de referencias a la cultura pop, Vaiana pulsa todas las teclas para enamorar al público. Maestros de la metáfora y el tratamiento de dilemas universales a través de un personaje íntimo, Disney vuelve a conjugar música, imágenes y un puñado de subtextos, para construir una película que merece un par de horas en nuestras ajetreadas vidas posmodernas.

El primer impacto de Vaiana es que, en realidad, es un musical. Y, además, un aviso a navegantes: esta aparente princesa-Disney con ciertos delirios pseudo-adolescentes, tiene mucho más que decir y, sobre todo, cantar sobre su situación en la Tierra. Seguimos su parcial aprendizaje en una ribera al sur del Pacífico, en un brevísimo lapso de tiempo y sumergidos en un compendio de culturas ancestrales que no hacen mucho caso al rigor documental -de hecho, en las últimas semanas se ha desatado la polémica por una presunta falsificación de costumbres, en según qué tribus de la zona y bajo el amparo de los colectivos que representan a las mismas- pero que nos fascinan de igual manera. De modo que John Musker y Ron Clements, apoyados esta vez en las magistrales composiciones de Lin Manuel Miranda y (varias) técnicas de animación ejecutadas de forma impecable, se reafirman como columna vertebral de los iconos que sustentan al estudio (en su cartera creativa descansan La SirenitaAladdin o Tiana y el Sapo). Porque el objetivo hace tiempo que dejó de ser vender la película como único recurso; ahora, los niños (y también los adultos) deben abandonar las salas buscando artículos comerciales para almacenar en sus casas, fotografiarse con ellos y publicar las imágenes en Snapchat. Si, en suma, es un producto como el que nos ocupa, que reflexiona sobre subtextos cercanos al dilema identitario, la responsabilidad moral o el auto-descubrimiento más rebelde, la travesura se ha realizado con una probabilidad altísima de éxito.

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Así, la película se convierte en un dispositivo llamativo para los más pequeños, entretenido para la juventud y propenso al análisis del adulto. La compañía ha edificado esta nueva expansión de uno de sus tres universos ficticios (Star Wars y (su vínculo con) Marvel Studios, son los dos restantes) en base a tres aspectos: el ritmo, las imágenes y un trabajo referencial exquisito. No es ningún secreto -ya lo desveló Musker en la rueda de prensa posterior a la proyección de la película- que Vaiana bebe de obras populares como Mad Max: Fury Road (el único fleco suelto es la no reproducción del Réquiem Nº2 de Verdi como acompañante de lujo). También lo hace, aunque sólo en algunas líneas de guión, de El señor de los anillos y La chaqueta metálica. Parece improbable que Disney haya seleccionado este tipo de cintas para someterlas a su filtro cinemático, pero a decir verdad todas tienen un nexo común: la búsqueda incansable de identidad. En la primera, huyendo del yugo opresor de Immortan Joe; en la segunda, bajo la estricta vigilancia de Sauron; y en la tercera, en mitad del infierno vietnamita. Aquí, en una cinta repleta de colores, el viaje para salvarnos de un mal endémico que tiene más que ver con la codicia, se presenta en mitad de un océano que nos guarda sorpresas detrás de cada ola. En ese sentido, la heroína se comporta como una figura mesiánica que debe pasar por absolutamente todas las fases de negación hasta conseguir su objetivo.

El agua se abre ante ella, de acuerdo, pero es una simple compensación a la relación de amor-odio (jamás romántica) que tendrá con Maui, un Dios venido a menos con la voz de Dwayne Johnson. Hasta la aparición del personaje, diseñado bajo los códigos de la cultura samoana, es Vaiana la que nos apasiona. Sin embargo, cuando las cosas se ponen serias, es él quien representa de mejor manera el contraste generacional entre, eh, ancestros ribereños y nuevas generaciones mestizas: mientras los primeros no son capaces de afrontar la vida sin sus armas, la(s) heredera(s) del poblado se lanza(n) al mar en un bote sin más compañía que un gallo trastornado. Mascota que, de camino, se convierte inevitablemente en el elemento cómico de la película (sin ningún tipo de función que no sea la de hacernos sonreír). Recapitulando, sólo tenemos a dos personajes con peso argumental, siendo ella la elegida para salvar al pueblo; así que he aquí otra de las razones para concluir en que Vaiana se agarra al feminismo de Frozen, pero desde la intimidad de un único personaje. Musker y Clements han dotado a la película de alma, emoción y diversión, y además han traído al presente la esencia de ese Disney de los noventa que con tanta nostalgia e ilusión recordamos. La actualización en pos del aquí y el ahora es puro marketing.

Nota: Hay escena post-créditos, así que aunque tengáis que aguardar más de cinco minutos en vuestros asientos, procurad hacerlo. Es la guinda del pastel.

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