Donde vi el cadáver, una calle en un suburbio, un grupo de personas viviendo un caluroso verano en 1984 y un cadáver. Los ingredientes perfectos para una historia nostálgica de amor y misterio.
El nuevo cómic de Ed Brubaker y Phillips, Donde vi el cadáver, sigue jugando en el campo del noir, usa los tropos del género, el estilo y el tono, pero no lo es del todo. Las historias negras están protagonizadas por personajes oscuros, que suelen vivir entre lo más bajo y lo peor de la sociedad (que puede estar en lo más alto). Pero en Donde vi el cadáver hay poco de esto. Son personas más reales, un poco más grises que negras, y sobre todo, no son criminales, al menos no totalmente.
No es raro ver a Brubaker tratar temas positivos con algo de enredo, pero suele hacerlo dentro de un tono más duro, más sucio. Y de hecho, una historia de enredos es en realidad una investigación sin el peso de asesinatos o crímenes graves que se tiene que desentrañar. En este caso, el misterio es un cadáver que se mueve solo en una zona residencial donde sus habitantes descubren poco a poco sus secretos al lector a través de relatos en primera persona.
Como si de un programa de telerrealidad que contará la vida del barrio, o tal vez se parezca más a un episodio de The Office, en Donde vi el cadáver, iremos cambiando de protagonista para entender como una calle tranquila de un suburbio norteamericano de repente tiene un cadáver, pequeños allanamientos, una superheroína, un heroico policía y hasta veterano con trastorno de estrés postraumático dispuesto a ayudar a sus pobladores. Como ya he dicho, una madeja de hilo con muchos nudos que deshacer.
Pero Brubaker tiene experiencia de sobra para que plantear una historia con tantos puntos de vista encaje a pesar del efecto “rashomon”. Esto es, todos tienen una historia que contar, pero todas están sesgadas, tienen errores o malinterpretaciones que provienen de sus prejuicios y comportamientos, de forma que cuando unes todas tienes un relato heterogéneo con huecos, partes dudosas y las conclusiones pueden no estar acertadas.
No son de fiar, a veces por malicia, a veces por inocencia, otras porque nuestra percepción siempre depende de nosotros, el observador afecta a lo observado. El escritor usa este efecto para construir un cómic que es más brillante y divertido, sin disfrute alguno con la violencia o las personalidades grises u oscuras a las que nos tiene acostumbrados.
Sean Phillips también aporta lo que mejor sabe hacer, dibujar cómics. Y esta vez tiene por delante un trabajo diferente, necesita una galería de personajes que no son malvados, que pueden estar perdidos, pero en realidad no tienen mala intención, ¿O sí?
Phillips sigue siendo un maestro del negro, pero aquí convierte su habilidad en un uso constante del contraste. Los secretos son más oscuros, pero el mundo del suburbio es luminoso. El verano llena todo de luz de día, y los pecados corren de noche y el artista cuenta con soltura está encrucijada de caminos con poca diferencia de tono, la justa para que sepamos inconscientemente que hay fallos, y que cada relato es fruto de verdades y creencias.
Donde vi el cadáver es un relato muy cuidado y muy positivo. Es más, un slice of life, un comic costumbrista que cuenta un verano en un suburbio de los 80 en los Estados Unidos, con un estilo de género negro y una narración de investigación. Todo esto junto deja una obra divertida a la vez que adictiva, está vez no es dura y negra, es brillante y hasta resulta nostálgica y emocional.