Continuamos donde lo dejamos en el especial David Bowie | Parte II – Aladdin Sane
Al salir de su retiro berlinés, David Bowie era consciente de que estaba dando por finalizada una de las etapas más importantes de su vida. En la capital alemana había podido disfrutar de una vida relativamente normal y el anonimato, además de haber experimentado periodos muy productivos que le sirvieron para afianzarse como artista con talento y una visión propia más allá de Ziggy. Además, aunque los estupefacientes no desaparecerían del todo de su vida hasta mediados de los noventa, su dieta obsesiva a base de leche y cocaína había quedado en el mismo lugar que el Delgado Duque Blanco o su interés por lo paranormal. Ahora se le veía con mejor aspecto físico, más relajado y hablador, y dispuesto a entrar en esta nueva década que ahora comenzaba y que se iba a caracterizar por romper los esquemas y suponer un reto para los artistas consagrados. Aquí es donde empezarían los tropiezos.
El periodo comercial
No fue solo el paso del vinilo al CD. Los ochenta iban a llenarse de sonidos electrónicos, hombreras, vestuarios imposibles y grandes videoclips que ayudarían a la difusión de la música, convirtiéndose en espectáculos multiplataforma que alimentarían el deseo de muchas estrellas por dar el salto al cine, con desiguales resultados. En el caso de Bowie, estos años estarían marcados por el deseo de ser todo lo contrario a lo que había sido hasta ahora, entrando de lleno en la industria. A pesar de que en los ochenta personajes como Ziggy Stardust podrían haber tenido un renacido éxito, la única concesión al pasado que se permitió Bowie fue mencionar al Mayor Tom en su canción Ashes to Ashes, donde admitía que todos sabían que el célebre astronauta de su éxito ‘Space Oditty’ “era un yonki”. Esto, aparte de ser una broma o un guiño a su época más oscura, le daba la oportunidad de cerrar la historia asegurando que habían recibido un mensaje del Mayor en el que afirmaba “ser feliz”. Sin embargo, este personaje tan particular volvería a aparecer décadas más tarde, justo antes de la muerte de Bowie, de una forma que quedaría abierta a interpretaciones.
Pero de momento, el cantante buscaba convertirse en la estrella definitiva de la década, apuntando directamente a las listas de éxitos y abrazando la comercialidad. La jugada le salió redonda tanto con Scary Monsters (and super creeps) como con Let’s Dance, que llegó al número uno en muchos países, convirtiéndose en su disco más vendido, pero que haría que algunos de sus fanáticos le repudiasen por haberse pasado al “lado oscuro”. El álbum cuenta con una versión de China Girl, que Iggy Pop había cantado en The Idiot, pero no es el único tema que Bowie coge “prestado”. Cualquiera que haya escuchado Let’s Dance nota que los primeros segundos han sido robados de Twist & Shout de Los Beatles, quizá porque si algo funciona, no hay por qué cambiarlo. También los críticos se mostraron decepcionados con el giro que Bowie tomó con su siguiente disco, Tonight, al que consideraron “una forma de hacer dinero” y del que solo sobresale el tema Loving the Alien.
Mientras su carrera musical perdía un poco el rumbo, Michael Jackson se convertía en el indiscutible rey de los ochenta gracias a Thriller y Bad. Él se encargaría de dar auténtica forma a lo que hoy conocemos como videoclips, rodando pequeños cortometrajes que contaban una historia y se apoyaban en su magnética presencia. Y si Billie Jean es la esencia de lo que en su momento fue la MTV, Thriller es el manual de instrucciones de cómo llamar la atención, con hordas de zombies bailando por calles oscuras y homenajeando a los clásicos del cine de terror. En cambio, Bowie prefería centrarse en su incipiente carrera como actor participando en películas como El Ansia, el debut en la dirección de Tony Scott. El hermano de Ridley Scott había dirigido miles de anuncios de televisión en los que, como era de esperar, había dado mucha importancia al impacto visual. Su primera película fue una historia de vampiros oscura y neo-gótica en la que Catherine Deneuve otorgaba el don de la juventud eterna a sus amantes hasta que se cansaba de ellos. Lo que muchos vieron como una metáfora del SIDA quedó eclipsado por el aspecto opresivo y excesivamente pretencioso de la película, donde Bowie tenía un papel casi testimonial antes de desaparecer para dejar paso a elaboradas escenas de erotismo lésbico que ahora resultan risibles. Ni siquiera el tema Bela Lugosi’s Dead de la banda Bauhaus, a los que Bowie apadrinó, tuvo éxito.
Aunque es posible que en su faceta de superestrella tuviese todo tipo de proyectos más destinados a su lucimiento, Bowie prefirió rodar cintas extrañas como Feliz Navidad, Mr Lawrence, de Nagisa Oshima, y donde lo más destacable sin duda es el aspecto de Bowie como prisionero inglés que recuerda muchísimo a otro Lawrence, el de Arabia de la película protagonizada por Peter O’Toole.
Pero el papel más importante de Bowie no se centraría en un drama de prisioneros de guerra sino en una película infantil que, como las anteriores, no tuvo una buena acogida en taquilla pero acabaría alcanzando el estatus de culto, quién sabe si por la participación del cantante en ella. Dentro del Laberinto estaba dirigida por el marionetista y creador de los Muppets Jim Henson, que quería al menos utilizar algún actor real en su siguiente proyecto para conseguir mejores resultados que con su anterior película, Cristal Oscuro. Costó mucho convencer a Bowie de que participara en el proyecto, pero cuando se unió, su papel de Rey Goblin creció gracias a su carisma, que incluía los famosos juegos malabares efectuados por Michael Moschen. Como no podía ser de otra manera, el personaje de Jareth parece sacado de su etapa Glam mezclada con un estilo rock más duro, y se ha convertido en todo un chiste afirmar que solo David Bowie podría protagonizar una película infantil haciendo que su entrepierna fuese el centro de atención. La verdad es que el aspecto extraño del rey Goblin tiene su explicación cuando descubres que todo lo que el personaje de Jennifer Connelly vive es fruto de su imaginación, incluyendo su incipiente sexualidad, lo que explica el aspecto de tipo duro de Jareth con su chaqueta de cuero o el tamaño de sus pantalones. Aquí Bowie se ganaría el cielo como el rey no solo de los goblins, sino de los extraños, y pasaría a engrosar su lista de alter ego famosos incluso cuando fuese muy diferente a los que había creado en su carrera musical. Convertido ahora en icono de la cultura popular, acertó una vez más yendo en dirección contraria anteponiendo sus intereses a la comercialidad.
Y es que cada vez que quería convertirse en una pieza más de la maquinaria comercial, los resultados eran bochornosos. Es el caso de la gira Glass Spider, conocida también como “su plan de pensiones” y que incluía una araña gigante ridícula y el aspecto más ochentero que se pueda imaginar. Aunque visto ahora no podemos asegurar que fuese más hortera que otros cientos de ejemplos de la misma época, el gusto por la ostentación por encima de la calidad convirtió a Glass Spider en una mancha más en el Bowie de los ochenta. Lo que intentaba ser una mezcla de “todos los elementos posibles que me habían fascinado desde el principio de mi carrera” se convirtió en una orgía de bailarines y guitarristas con cresta. Todo lo contrario de lo que se podría esperar del artista que creó Low, salvo que en esta ocasión el cambio no fue para bien. Por si fuera poco, mantener a la araña costaba tanto dinero a la semana que (al igual que Michael Jackson) David aceptó hacer promoción de Pepsi durante la gira, algo que generaría oleadas de rechazo por parte de los fans. Casi parecía que en esta época, el mejor Bowie estaba en sus colaboraciones. Como cuando a principios de la década había participado en un tema con un vendedor de zapatos que había conocido en Londres años antes llamado Freddie Mercury, y que se titularía Under Pressure.
Pero no solo la carrera de Bowie se tambaleaba, ya que su vida personal estaba en medio de una gran crisis iniciada por el suicidio de su hermano Terry, que finalmente no pudo soportar más su esquizofrenia y saltó a las vías del tren de Couldson Station en 1985. Como ya vimos en los especiales anteriores, Bowie tenía miedo de que la locura, tan presente en su familia materna, acabase por absorberle de la misma forma que a su hermano, que se pasó años en el sanatorio de Cane Hill, de donde se escaparía en repetidas ocasiones buscando suicidarse, arrepintiéndose en el último momento. La última vez, no se echó atrás.
Pero mientras la familia Jones aún lloraba sobre el cuerpo caliente de Terry, una de sus tías, Pat, habló con periódicos sensacionalistas para asegurar que la culpa de la muerte del joven había sido tanto de David como de su madre Peggy, que le habían ignorado y dado la espalda cuando más lo necesitaba. Una biografía no autorizada de David le describiría como un monstruo sexual y violento obsesionado con la esquizofrenia y que buscó alejarse lo máximo posible tanto de Terry como de la enfermedad que lo asolaba. Sí es cierto que David no acudió al funeral de su medio hermano, en teoría para evitar que los paparazzi convirtieran el acto en un circo, y en su lugar envió una corona de flores donde había escrito parte del monólogo final del replicante de Blade Runner.
El otro gran suceso que atribulaba a Bowie era la denuncia de Wanda Lee Nichols, que le acusaba de haberla violado en una habitación de hotel donde la ató, golpeó y llegó a morderla mientras le gritaba que tenía Sida, una historia muy poco probable que acabó siendo desestimada, pero que haría que David se pensase mucho sus relaciones a partir de aquel momento. De todas formas, poco después acabaría conociendo a Iman Mohamed Abdulmajid, la supermodelo somalí.
Tras Glass Spider, hasta él mismo parecía sentirse decepcionado de transformarse en un producto. Con la salida de Never Let Me Down (que daría pie a la ya mencionada gira Glass Spider), muchos pensaban no solo que el cantante se había acomodado, sino que había perdido la chispa de genialidad que le encumbró durante los setenta. Todos podemos entender que cualquiera puede tener un fallo y no todos los trabajos pueden ser perfectos, pero cuando se es una figura tan grande parece haber algo de satisfacción morbosa en señalar sus mayores defectos. Así que atrapado en un callejón sin salida, Bowie volvió a reinventarse como solo él podría haber hecho: haciendo un alto en su carrera y formando un pequeño grupo que tocaría en bares y salas con capacidad para no más de cien personas llamado Tin Machine.
Cuando eres una superestrella capaz de llenar estadios y vender millones de discos, hay cosas que te son vedadas. Tu nombre y tu cara, como una marca comercial, no pueden rebajarse a conciertos de segunda categoría, aunque solo sea porque David Bowie jamás se hubiese presentado en un bar de mala muerte conduciendo su propio coche de segunda mano. No podemos imaginar a cantantes como Michael Jackson haciendo un unplugged, o incluso Noel Gallagher aseguraría echar de menos los “cientos de camiones” que rodeaban a cualquier concierto de Oasis. Pero no se trata solamente de organización; también cambia la mecánica del concierto en sí y la forma en la que los músicos interactúan con el público, situado a poco más de un metro, en contraste con giras como Glass Spider donde hordas de gorilas mantenían a raya a los fans. Moverse con soltura en ambos ambientes es un lujo solo reservado a algunas bestias del espectáculo como los Rolling Stones. En cambio Bowie se había aislado tanto que tocar en un pequeño bar era para él algo novedoso que le hizo recuperar la ilusión por la música, acompañado por Reeves Gabrels y los hermanos Tony Fox y Hunt Sales, a los que Iggy había despedido de malas maneras. Tin Machine sonaba mucho menos convencional que los últimos discos de Bowie y optaba por un estilo más rockero y “sucio”, como si efectivamente fuesen una banda de principiantes que buscaba abrirse un hueco en el negocio de la música. Hicieron algunos temas notables como I Can’t Read o una versión de Working Class Hero, de John Lennon, y en los pocos conciertos que dieron en pequeños bares, los fans se quedaron decepcionados al no escuchar ninguno de los grandes éxitos de Bowie, sino solamente temas nuevos.
Algunos han visto este movimiento como un acto muy estudiado de reinvención, una forma de librarse de ciertos compromisos que le convertían en un fantoche y un guiño a los fans de toda la vida para asegurarles que la esencia seguía ahí, pero otros aseguran que el entusiasmo de Bowie era genuino y se tomó sus compromisos con la banda muy en serio. Lo más probable es que disfrutara de la relativa libertad que le proporcionaba el grupo consciente de que él tenía su futuro asegurado, y también que intentase captar algo de la esencia Iggy Pop que tanto había ansiado experimentar. En 1991 sacarían un nuevo disco, más melódico, y la banda se disolvería.
Reality
Aunque Reality aún estaba muy lejos de ser publicado, para cuando saliese a la venta en 2003, David Bowie habría alcanzado la madurez y estabilidad con Iman, su nueva esposa, y de la que según él, se enamoró nada más verla. “Empecé a pensar en nombres de bebés en cuando la conocí”, afirma, pero para la modelo sería muy diferente, ya que tendría que descubrir la diferencia entre David Bowie y David Jones, el artista multiplataforma y la persona de carne y hueso con la que se mudó al 708 de Broadway, en Nueva York. Abandonarían la vivienda después de que Iman presenciase el atentado contra las torres gemelas desde la ventana de la cocina, y fuese consciente también de que muchos de los bomberos que la saludaban por la mañanas, no regresarían al trabajo la semana siguiente. Iman pagó con su carrera como modelo sus estudios de ciencias políticas, y ha luchado en muchas ocasiones para dar a conocer la situación que se vive en Somalia. Todos la describen como agradable e inteligente, y parece que tuvo lo necesario para, una vez alcanzados los cuarenta, convertir a la superestrella que tenía por marido en un hombre hogareño donde su vena típicamente inglesa tomó el control. Mientras abandonaba por completo sus vicios del pasado y apenas bebía alcohol, buscaba la forma de recuperar el buen tino musical con proyectos menores como la banda sonora de The Buddha of Suburbia o nuevos discos en los que intentaría mantenerse en los márgenes de la comercialidad, pero sin abandonar por completo sus aires innovadores y su interés por los nuevos músicos. Prueba de ello son sus colaboraciones con Trent Reznor, que incluyen I’m Afraid of Americans, o los conciertos conjuntos en los que ambos se intercambiaban temas entre los que destacaban Hurt. También trabajaría brevemente con Morrissey.
Mientras tanto, continuaría creando alter egos de menor medida como Nathan Adler. La historia de Nathan es una de las más extrañas y demuestra el encanto de Bowie por lo extraño y surrealista, ya que en 1994, cuando la revista Q. preparaba un número especial, le pidieron a Bowie una pequeña colaboración en forma de diario, algo que él consideró “aburrido”. En su lugar, escribió una historia titulada “El diario de Nathan Adler o el artístico asesinato ritual de Baby Grace Blue”. El texto, que el artista describió como un “relato gótico no lineal en forma de hiperciclo” cuenta la historia de una víctima de asesinato de catorce años cuyos miembros son utilizados con un propósito artístico. El diario, junto con sus personajes, ideas y diálogos, fueron la base de Outside, que no fue un punto de partida tan extraño para los colaboradores habituales de Bowie, que ya estaban acostumbrados al uso de tarjetas que tanto él como Brian Eno utilizaban para dirigir el estado de ánimo de los músicos y que contenían unas pocas frases abstractas del tipo “imagina que los años cincuenta jamás existieron”, “el sonido de las catedrales”, “Estás en la tercera luna de Júpiter, y eres el grupo residente” o “eres un jeque árabe que quiere casarse con la hija de un tipo, y tienes que demostrarle que eres capaz de tocar funk psicodélico y arabizante”.
Tras Outside vendría Earthling, con su gabardina hecha con la Union Jack, y que buscaba sumarse al carro del Britpop tan de moda a mediados de los noventa gracias a bandas como Oasis o Blur, con sonidos muy electrónicos, y finalizaría la década con Hours, que tuvo menor impacto que sus últimos discos (no entraría en el Top 40 de Estados Unidos, pero sí en el británico), y con el nacimiento de su hija con Iman, Alexandría Zahra Jones. Aficionado a salir a cenar con su mujer en los alrededores de su casa, a las obras de arte, y con una nueva sonrisa que había cambiado los colmillos montados y afilados por una dentadura más uniforme, David se había calmado al fin y convertido en lo que muchos pensaron que jamás sería: una persona completamente normal. Sus apariciones en programas de televisión revelaron a un hombre con un gran sentido del humor que no se parecía en nada al Duque o a su etapa anterior de delgadez extrema, sino a alguien que no parecía una estrella que poco antes había amasado más de cincuenta y cinco millones de dólares gracias a su incursión en Wall Street con los denominados Bonos Bowie. Aunque el movimiento le sirvió también para recuperar los derechos de algunas de sus primeras grabaciones, se le consideró una vez más como alguien adelantado a su tiempo y un auténtico amante del dinero.
El nuevo milenio significaría su regreso al mercado norteamericano con Heathen (pagano), un álbum lleno de desencanto que habla de la situación que se vivía en el mundo en aquel momento, y donde en sus imágenes promocionales aparecen varias obras de arte destrozadas. Bowie explicaría que al igual que sus otros discos, Heathen era la suma de una serie de conceptos como la ilustración, el ateísmo e ideas más modernas como la famosa frase “dios está muerto”, que dejaban a la vida sin sentido ni dirección, y cuestionándose todo lo que el ser humano había logrado hasta entonces. Con vídeos como Slow Burn, Bowie se muestra a sí mismo triste y cantando sobre la desolación, encerrado en un estudio que resulta estar situado en la Luna, mientras mira un planeta Tierra que no parece encontrarse en su mejor momento. Como detalle adicional, junto a Bowie se encuentra un traje de astronauta, lo que podría (o no) ser una nueva aparición del Mayor Tom del que no habíamos vuelto a saber nada desde Ashes to Ashes.
La gira de Reality parecía ser la más exitosa de Bowie en toda su carrera, pero pronto empezaron los problemas. En Oslo, una fan le lanzó una piruleta que se le clavó en el ojo, y luego varias actuaciones fueron canceladas por diversos problemas de salud que incluían “pinzamientos en el brazo”. Visto ahora, es evidente que se acercaba un grave problema cardíaco, pero incluso así, el cantante participó en el Hurricane Festival en 2004, donde cantó a pesar de que los dolores son visibles en su expresión. Con un buen sonido y la profesionalidad adquirida a lo largo de los años, nadie sabía que mientras estaba cantando Ziggy Stardust, el tema que le proporcionó fama internacional a principios de los setenta, estaba sufriendo un ataque al corazón que le haría desplomarse tras el escenario nada más acabar la actuación. Fue trasladado de urgencia al hospital, donde se le practicó una angioplastia que incluyó la colocación de unas prótesis que mantendrían sus arterias abiertas. El episodio puede que fuera consecuencia de su adicción a la cocaína, que se sabe que afecta al corazón en más del setenta por ciento de los consumidores habituales, y que, casi como cuando él había matado a Ziggy Stardust en 1972, el alienígena volviese a cobrarse su justa venganza. Aquel sería el último concierto de David Bowie, y para muchos, daba la sensación de que, como habían hecho otros genios, el cantante iba a encerrarse en su apartamento en Manhattan para no salir nunca más. Y es que desde entonces, solo habría silencio…