La figura del antihéroe se ha convertido en una de las más populares en la narrativa moderna. Estos personajes, a diferencia de los héroes tradicionales, son imperfectos y falibles. Pueden ser egoístas, violentos o incluso criminales. Sin embargo, a pesar de sus defectos, los antihéroes suelen ser personajes complejos y atractivos que nos resultan más identificables que los héroes perfectos.
Todas las historias se parecen. Empiezan en lo que llamamos mundo ordinario, centrándonos en un personaje que tiene una existencia puramente terrenal y que de pronto tiene que hacer frente a “algo”. Puede ser una inesperada noticia, una catástrofe natural o dos androides que huyen del Imperio Galáctico llevando consigo los planes de la Estrella de la Muerte. Haciéndose responsable de este testigo que acaban de pasarle, nuestro personaje se transforma en algo nuevo, se convierte en un héroe.
La palabra nos recuerda a la mitología clásica plagada de hombres y mujeres, medio mortales medio divinos, que adquirían una serie de habilidades excepcionales. Como por ejemplo Hércules, el más famoso de los hijos del calenturiento Zeus y que poseía una fuerza superior a la del resto de los hombres. Ahora catalogamos a los héroes más por sus actos que por sus orígenes sobrenaturales, pero todos comparten las mismas características: son fuertes, nobles, altruistas., defensores de los inocentes y representan el bien más absoluto frente al mal que siempre está intentando corromperlos. En la mayoría de las ocasiones vencen, se quedan con la chica y salvan al mundo. Es lo que se conoce como monomito, la idea de que lo vemos en cómics, novelas, series y películas es siempre lo mismo con distintas caras y nombres.
Sin embargo, muchos somos conscientes de que un héroe por sí mismo no vale nada. En circunstancias normales seguiría en su poblado y no descubriría su grandeza si no fuera por una pieza indispensable: alguien a quien oponerse, un villano que esté constantemente poniéndole trampas aunque sólo sea para demostrar al público de qué pasta está hecho nuestro protagonista, que por supuesto sobrevivirá a todas las tentaciones.
El problema es que los héroes rara vez existen en el mundo real, donde no existen los monstruos ni nadie puede hacer uso de una fuerza sobrehumana o recibir un legado como ocurre en numerosas historias de fantasía. Cuando descubrimos que no existen tampoco el bien ni el mal, sino amplias escalas de grises, comprendemos que la vida no siempre es justa con los buenos. También, que muchos no encajaríamos en la idea de héroe porque no tenemos los músculos de Arnold Schwarzenegger ni podríamos enfrentarnos al miedo como Leónidas.
La madurez nos alcanza cuando somos conscientes de que en todo el mundo hay millones de personas que bajan la cabeza cuando enfrentan adversidades y comprendemos que nosotros no seríamos diferentes. Es entonces cuando empezamos a prestar atención a otro tipo de personajes, a los propios villanos en sí y que originariamente se llamaban “antihéroes” porque representaban todo lo opuesto al bien, la valentía o lo honorable. Incontables películas de acción nos han obsequiado con escenas finales en las que conocíamos las motivaciones de los villanos que robaban bancos o amenazaban con desatar una guerra nuclear, y hasta llegábamos a entenderlas en la idea de que un villano es una víctima cuya historia no ha sido contada. Aunque no aprobásemos sus métodos, no podíamos negar que muchos de estos malos eran inteligentes y tenían su propia versión de la valentía. Vamos, que comparados con los sosos héroes modelo, los villanos eran más divertidos e interesantes de explorar.
A finales de los setenta, el cine americano mostraba historias adultas y complejas. Personajes como Travis Bickle o Harry el Sucio bordeaban lo legal y se enfrentaban a una sociedad descolocada por el hastío bélico y los convulsos años políticos, pero entonces llegó Star Wars y fue como un soplo de aire fresco. En una época en la que nadie sabía quiénes eran los malos, Luke, Vader y los caballeros Jedi eran fácilmente identificables sin complicaciones ni dilemas morales. Los buenos vestían de blanco y los malos de negro, y no se necesitaba nada más. Pero décadas más tarde, con el cine copiando una y otra vez el esquema de Lucas, volvemos a encontrarnos en una época confusa, lleva de secretos, incertidumbre económica, terrorismo y violencia racial. Luke Skywalker no tendría éxito en una sociedad indiferente a nuestros logros o que solamente nos ve como androides al servicio del capitalismo.
Ni las hipotecas ni las enfermedades entienden de nobleza o valentía ni el ciudadano medio puede hacer gran cosa contra una poderosa marca internacional. Es entonces cuando, cansados de tópicos y entendiendo que al final de las películas los que dirigen bancos siempre saldrán con las manos limpias, no queremos héroes. Nuestros deseos van más de la mano de la rabia que de la virtud. Y cuando nos hemos dado cuenta, nosotros apoyamos al villano viendo al héroe no como un liberador, sino como un continuador del status quo, alguien que se opone a nosotros, una Skyler White que con la excusa de la seguridad y de proteger a los niños se pone en el camino de Walter White de demostrar todo su potencial.
Es la hora de los antihéroes, de los tipos que se ensucian y hacen no lo correcto sino lo necesario.
Su éxito es la respuesta del público ante las injusticias y la normalidad aparente que encierra la desigualdad, el racismo y la pobreza. Además, la estructura de las series de televisión nos permite explorar los rincones oscuros de todo tipo de personajes, convirtiéndoles en seres complejos que cambian de parecer o que se transforman en algo que jamás imaginaron. Es el caso de Walter White, que cuando descubre que su vida está a punto de acabar libera toda su rabia y ambición contenida buscando la forma de que sus últimos meses signifiquen algo. Walter es alguien que siguió el sistema siendo un buen padre, un genio de la química y un excelente profesor. Pero en respuesta, ese mismo sistema le relegó a un lugar pésimo en el que ni siquiera es capaz de sustentar a su familia.
El momento más humillante llega cuando tiene que limpiar el coche de su alumno más imbécil, y es un sentimiento con el que muchos podemos sentirnos identificados, la idea de que valemos más, de que nos merecemos más. Walter White no es perfecto, pero maldita sea, es un hombre y no está dispuesto a morir en silencio. Y sin embargo, con el paso de las temporadas vemos decisiones cada vez más cuestionables, y hasta el propio personaje admitirá que no lo hace tanto por su familia como por él, porque se siente vivo y le gusta.
Sin embargo, gran parte del público criticó Breaking Bad por ser una serie misógina por el trato que se le daba a Skyler, la sufrida mujer del narcotraficante, sin darse cuenta de que se trataba de algo más complejo. En lugar de jugar la carta del machismo, tendríamos que fijarnos en que nuestras simpatías estaban con el malo, y que Skyler, que sólo quería salvar a su familia y mantenerse en el camino correcto, no era vista como la heroína que era, la única que mantenía los pies en el suelo. Nosotros también nos hemos convertido en los villanos.
Parece que al público le encantan los personajes torturados y retorcidos, plagados de defectos y con unas pocas buenas virtudes. Es una de las reglas de Pixar para crear buenos guiones, la certeza de que amamos a los personajes por lo que intentan más que por lo que consiguen. Es el caso de Han Moody, el escritor aficionado a la bebida y el sexo interpretado por David Duchovny y que se convirtió en una especie de Mesías para tipos desesperados de pillar cacho y entender qué se sentía al ser un macho alfa como él, y que han analizado la serie hasta el tuétano en internet sin darse cuenta de que es ficción, y como tal, muy poco realista.
Lo que hace grande a Hank Moody no es poder tener a una asiática a cuatro patas sobre su cama en el capítulo piloto, sino que incluso ante un escenario tan interesante, lo deja todo por su hija y por la mujer de la que sigue enamorado, siendo en sus propias palabras un niño en el cuerpo de un adulto al que no le importa nada y le importa todo al mismo tiempo. Noble en teoría, débil en la práctica. Y así, podríamos elaborar una lista de personajes detestables que no funcionarían en el mundo real, pero que nos representan a nosotros mismos mejor que todos esos héroes de series sobre equipos que resuelven crímenes y que se parecen más a supermodelos con trajes hechos a medida que auténticos policías.
Porque por muy elegante que quede en pantalla el doctor House salvando vidas en el último momento, y luego regresando a su ático donde toca el piano de cola mientras vemos la ciudad iluminaba al otro lado de la ventana, sabemos que lo que atraía al público era en realidad su poca paciencia con los seres humanos y sus tonterías. Y que médicos como J.D. de Scrubs, que lucha por llegar a la madurez necesitando una figura paterna, enamorado de su mejor amiga y demasiado sensible ante la muerte y el sufrimiento que ve de primera mano, se parecen mucho más al joven estudiante de medicina.
Son personas tan falibles, orgullosas y peligrosas como Pablo Escobar, convertido en el protagonista (y no en el villano) de sus propias series, como Lester Burnham, el cuarentón apático de American Beauty que empieza a vivir cuando se siente atraído por la Lolita de turno, o Frank Underwood, a quien también da vida Kevin Spacey, un político tan traicionero, manipulador, mentiroso, duro y diabólico al que sólo quieres ver triunfar, porque descubres por fin que un buen caballero andante no tiene por qué ser un gran rey, y que estaríamos más seguros con él que con Donald Trump.