La presente etapa del Capitán América está repleta de altibajos pero en los últimos números el interés ha vuelto a despertar en los lectores por la inclusión del personaje de Azote, todo un clásico de la era Gruenwald. Panini Comics, tras un mes de receso, retoma la narración de esta etapa con Ta-Nehishi Coates a los mandos del quinjet.
Es un hecho patente que el éxito del Universo Cinemático de Marvel está afectando a aquello que se narra en los comics de La Casa de las Ideas. Si un personaje utilizado en las películas cobra relevancia es normal que se le dé protagonismo en el papel. Y si se trata de alguno cuya presencia ya no era requerida puede que vuelva a tener una nueva oportunidad entre las coloridas páginas de nuestros superhéroes favoritos. No necesariamente hablamos de roles principales sino que puede afectar incluso a la nómina de secundarios que acompañan de forma muy necesaria al héroe.
El elenco de acompañantes del Capi es amplio a lo largo de su existencia y obviando a Bucky Barnes y a Sam Wilson aun podemos llevar a cabo una lista de mucha categoría que incluyese a Rick Jones, Jack Monroe, Sharon Carter o Natacha Romanov, sin necesidad de despeinarnos ni rebuscar entre las pilas de comics que tenemos en las estanterías. Steve Rogers ha demostrado en más de una ocasión que puede bastarse por sí solo pero como cualquier creación narrativa es más atractivo gracias al entorno que le rodea y en el caso del Capitán América pasa por la figura de sus compañeros e incluso por sus intereses sentimentales.
Ta-Nehishi Coates aprovecha para sacar la vena reivindicativa propia de etapas con un contenido tan introspectivo como esta. Se trata de ahondar en la figura de Steve, en la inspiración que ofrece a todos los que le rodean y admiran pero su imagen como Capitán América traspasa incluso las fronteras de Estados Unidos cuando se trata de servir como referente y ejemplo. Además se aprecia una profunda reflexión sobre el concepto de libertad que tantas veces se enarbola en la nación y que perfectamente puede asociarse al dicho castellano “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
El dibujo sigue a cargo, como en las últimas entregas, de Jason Masters aunque recibe la ayuda de Bob Quinn (que le sucede en el próximo número) y Lucas Werneck. Ni sorprende ni destaca, simplemente cumple y en el número que nos ocupa tampoco es que sea necesario un gran despliegue pues las escenas de acción brillan por su ausencia, buscando un ambiente más intimista que recupera en forma de relato, a base de algunos flashbacks, la historia que desconocíamos acerca del origen del concepto Driada y quien es la mujer que actualmente se oculta bajo esa identidad.
Tenemos que hacer referencia al enorme trabajo como portadista de Alex Ross, que lleva ilustrando las imágenes que nos impulsan a comprar el comic desde que se inició la etapa actual. No solo el resultado es de la calidad a la que nos tiene acostumbrados sino que resultan de lo más efectistas y reveladoras, recordando incluso detalles psicodélicos más propios de otras épocas y autores como Jim Steranko. Ciertamente una galería de reproducciones dignas de ocupar paredes en forma de láminas de gran formato.
Parecía que Coates no tenía muy claro el camino pero lenta y paulatinamente va ofreciendo esas miguitas que nos ponen en el camino de algo más grande, de un enfrentamiento con Alexa Lukin que puede trascender el tiempo y devolvernos a épocas mejores, aunque parezcan beber en exceso de los méritos de otros autores que se hicieron cargo del Capitán América con anterioridad, como Ed Brubaker.