Es complicado pensar en una pérdida, creer que nunca volverás a ver a esa persona, que le rindes homenaje al menos una vez al año frente a su tumba… y resulta que ha permanecido viva y viviendo un infierno. Panini Comics rebusca en sus clásicos para ofrecer una historia de honor protagonizada por Estela Plateada.
La biblioteca que empecé hace más de 60 años
Para Estela Plateada o Norrin Radd, como prefiráis, el Universo Marvel empezó en el Fantastic Four #48 USA de 1966, después de cinco años desde la publicación del primer número de la colección, Fantastic Four #1 de 1961. Llegó para ser protagonista de la que conocemos como “La Trilogía de Galactus” y solo tardó tres años en conseguir una serie propia que se alargaría durante dieciocho episodios, en los que ya pudimos hacernos una idea de quién era aquel ser extraterrestre, que terminó empatizando con el planeta en el que se encontraba atrapado tras traicionar a su amo.
Esto último de la mano de Stan Lee y John Buscema. Fue allí, en la quinta entrega, donde tuvimos noticias del otro personaje que ahora centra nuestra atención, Al Harper, un científico cuyas habilidades se pusieron al servicio del surfero de las estrellas para intentar superar el bloqueo que Galactus le había impuesto. Y fue la última vez que lo vimos, acabó falleciendo en un acto de heroísmo, uno de esos que inspiraba a Estela Plateada, que le hacía mantener su fe en la humanidad.
El episodio clásico es digno de ser leído, con un enfrentamiento épico contra El Extraño, que ahora vuelve a ser el villano de la historia que nos ocupa. El sacrificio de Harper apenas dejó huella entonces pero solo hace falta que un autor quiera rebuscar en las profundidades de páginas y páginas de comics para poder dar una nueva oportunidad a un concepto que no funcionó entonces o para recuperar a algún personaje que no recibiese la atención suficiente.
Lo cierto es que Al Harper tuvo una breve vida en los comics pero su ejemplo le hace merecedor de una segunda oportunidad, le convierte en el objetivo de un recurso que las editoriales explotan hasta la saciedad, la resurrección. Aunque puede que su caso no sea del todo así, su cuerpo yace en los terrenos que eran de su propiedad, vigilados por una llama eterna que Estela dejó sobre la tumba. Pero su esencia ha permanecido viva, incluso torturada en Mundo Laboratorio, el hogar de El Extraño, y ha conseguido escapar.
Desorientación y poder
Regresar de nuevo a una existencia corpórea, mientras el poder cósmico fluye por cada fibra de su ser, puede llegar a convertirse en una experiencia ciertamente traumática. Una nueva situación que requiere un periodo de aclimatación lógico. Ahora cuenta con unas capacidades que antes no tenía, sufre cierto estrés post-traumático por lo que lleva a sus espaldas los últimos diez años (si, el tiempo Marvel ya sabemos que va a otro ritmo pero solo para los que viven en él, los que estamos al otro lado nos vamos haciendo mayores a ritmo normal) y a pesar de todo conserva aquello que le caracterizó en su primera y breve aparición, es un hombre honrado, leal y capaz, que no dudará a la hora de arrojarse al peligro si eso puede suponer un bien mayor.
Casi podríamos decir que Estela Plateada es un invitado dentro de esta miniserie, que la crónica a la que asistimos le convierte en un secundario de renombre necesario para dar más entidad a la trama… y no andaríamos desencaminados, de hecho su aparición en el primer capítulo es prácticamente testimonial, mientras asistimos a la presentación de la familia de Harper que ahora habita su casa, su madre, su hermana, su cuñado y sus dos sobrinos. Al y los suyos, El Extraño y sus circunstancias, son los verdaderos protagonistas que encuentran a un elenco que les rodea para dotar de mayor importancia al relato, incluida Sombra Solomon, comandante suprema del Sector Escarlata de Ideas Mecánicas Avanzadas, los apicultores de siempre pero vestidos de rojo en lugar del habitual amarillo.
¿A quién debemos esta obra?
A nada más y nada menos que al ganador de un Premio Eisner, John Jennings, que junto al regreso de Valentine De Landro, que lleva unos años dedicado al comic independiente (sobre todo Bitch Planet junto a Kelly Sue DeConnick), nos ofrecen un cómic que más allá del brillo de los poderes cósmicos nos trae un relato intimista, centrado en la familia, en las relaciones que se quedaron atrás, incluida la mujer y el hijo de Harper, relevantes y justamente presentes. También asistimos a otra vuelta de tuerca al concepto del villano que sufre la dualidad en su ser, que a la ira y frustración de no conseguir sus objetivos une un sentimiento de arrepentimiento, una versión que estaría encantada de buscar redención por comportamientos muy alejados de la senda de una moral intachable.
En conclusión, estamos ante una pequeña serie donde el personaje principal ejerce de dinamizador de la historia, pero que bebe de una fuente que fue poco desarrollada entonces y encuentra ahora la creación de un nuevo ser superpoderoso cuyas intenciones son benévolas, rodeado de un entorno estable que puede ser explorado próximamente, pero que sobre todas las cosas por fin ha encontrado una paz necesaria y merece el descanso propio de un guerrero que ha vuelto de la peor de las guerras, aquella en la que aunque termines venciendo aun quedan las cicatrices que dejó un largo cautiverio.