Una pesadilla amenaza al segundo grupo más clásico de los X Men. Los nuevos mutantes se enfrentan a la amenaza de las relaciones públicas, y de paso, a una pobre mutante descontrolada.
Que dentro del universo mutante la percepción de los humanos sobre los mutantes siempre ha sido negativa es canon. Vamos, que siempre los han temido y odiado, pero ahora, tienen que lidiar con que son una nación, y sus anteriores intervenciones que se podían considerar heroicas, ahora se ven como incidentes internacionales. Un nuevo mundo para los Nuevos Mutantes, que ahora son veteranos, pero no siempre se nota.
Continúa la intervención en Carnelia, una pobre niña mutante ha perdido el control de sus poderes, y sus pesadillas se están tragando todo. Y cada persona que adquiere, son más pesadillas que toman forma, y más se extiende su poder. Pero hay una solución, calmar la psique de la niña, y parece que solo un ex villano puede, Salvaje del Frente de Liberación Mutante llega al rescate, o no. Mientras el mundo ve la ayuda de la nación mutante como un montaje, una afrenta a la raza humana, que se ve secuestrada por seres superpoderosos que pueden dominar su existencia.
La historia tiene momentos brillantes, pero no deja de tener un objetivo claro, dar al grupo un nuevo mundo donde trabajar. Ed Brisson no deja de llenar las páginas de Los Nuevos Mutantes con pequeños destellos que acaban convirtiéndose en partes importantes de la trama, el tráfico de polen, las webs para descubrir mutantes, los medios que promueven fake news, un nuevo mundo que se parece mucho al nuestro amenaza a los bebés x, y le va a tocar luchar.
Y Flaviano está dispuesto a que todo este viaje sea especial. Es capaz de plantear un mundo de pesadilla e irreal tan fácil como un diálogo político o cocinar un postre. Gran talento el del artista, que sabe contar todo lo que Brisson plantea sin perder personalidad en el proceso y dejando claro que su estilo, no es negociable.
Tras una saga cósmica y otra mundana, toca quedarse en el mundo real y los problemas reales. Jonathan Hickman deja el barco para que Brisson nos hable de muchas cosas de nuestro mundo pero a través de la irrealidad de las viñetas. Y cumple una de las grandes premisas del arte, representar la realidad.