A finales de los años 90 del siglo pasado John Byrne regresaba a las páginas de la colección principal de Hulk para ocuparse de una etapa con más pena que gloria. Panini Comics publica una genial edición en tomo formato Omnibus de una etapa ciertamente prescindible.
No todo el monte es orégano. Aun siendo fans de un determinado autor siempre habrá alguna de sus obras que quede en un segundo plano dentro de nuestras preferencias. Ni siquiera John Byrne está exento de ello y este Hulk es un claro ejemplo de ello. Su inspiración seguramente no estaba en un momento de plenitud y su habitual fórmula de volver a los orígenes de los personajes para revitalizarlos no funciona en ningún momento como esperaría el público. Al menos podríamos hablar de un planteamiento interesante que no terminó de poder desarrollar por sus habituales desavenencias con sus superiores pero ni siquiera es el caso, a pesar de las desavenencias.
Byrne volvió a plantear un Hulk más salvaje, descontrolado y desligado de su alter ego como Bruce Banner. Lo hizo bajo la excusa del control por parte del villano de turno, un Tyrannus descafeinado por empaque aunque peligroso en cuanto a consecuencias. Esto ofrecía un panorama que colocaba a Banner como víctima aunque no le hiciera sentirse menos responsable de la destrucción provocada por el Monstruo Gamma o las vidas que podía cobrarse por el camino.
Los secundarios que van quedando atrás tampoco dan para un desarrollo majestuoso ni aportan gran cosa más allá de dar cierto colorido. El pueblo de Faulkner apenas va a servir para justificar la creación de un nuevo solar tras el paso de Hulk, que menos mal que prescindió del adjetivo “Increíble” en su título, porque no hizo honor a él en ningún momento. Hasta Archer Leopold apenas servirá para ejercer como testigo de lo sucedido y así poder librar a Banner de las consecuencias más graves de verse privado de controlar a Hulk.
Byrne apenas duró siete números y un Annual. Jerry Ordway se encargó de cerrar como buenamente pudo las tramas para dar paso a la siguiente etapa del Gigante Verde, una que sí es bien recordada, la del guionista Paul Jenkins. Ni siquiera la aparición de invitados habituales como La Cosa o Lobezno (este último tiempo más tarde se descubriría que ni siquiera era él) sirvió para aumentar el nivel tras la marcha del autor británico con residencia en Canadá. Tampoco la llegada tardía de Doc Samsom para el desenlace.
Y sin embargo esta corta etapa si cuenta con un atractivo, el dibujo de Ron Garney. Ya había dejado una memorable etapa junto a Mark Waid en el Capitán América pero su representación de Hulk nos muestra una bestia de enormes proporciones, terrorífica cuando la comparamos con todo lo que la rodea, intimidante, visceral, con un solo objetivo en esa mente caótica, la destrucción. Más Mister Hyde que nunca ante su Doctor Jekyll débil e impotente. Además, tras la marcha de Byrne, Garney contó con un entintador de lujo en los últimos números, nada menos que uno de los dibujantes más recordados de la colección original, el sin par Sal Buscema.
Por lo tanto y al hilo de lo expuesto, este tomo está más enfocado a coleccionistas completistas que a verdaderos lectores que disfrutan de una delicatesen sin parangón. Una lectura corriente muy alejada de los estándares de calidad a los que Byrne nos tenía acostumbrados, aunque por esta época también dejó un mal sabor de boca en una etapa de un año en Spiderman. No debía pasar por su mejor momento como escritor. Todo esto no resta méritos a su carrera puesto que hasta el mejor escribano echa de vez en cuando un borrón.