Superpoderes, egoísmo, control, responsabilidad, caos, todo eso y más en el nuevo número de ‘Riesgo suicida’ la nueva serie de Mike Carey y Elena Casagrande.
Continua el misterio de Réquiem, ¿hasta dónde llega la vida de este extraño ser y dónde empieza la de Leo? Los superhéroes se vuelven villanos y el héroe de la historia no sabe quién es. ¿Por qué robar un banco si puedes tomar un país?
Riesgo Suicida avanza por derroteros “Watchmenianos”, la búsqueda del superhombre y su propia capacidad para hacer el bien o el mal, según el lado de la cama por el que se levante. Si el final de la anterior saga era una gran incógnita la segunda comienza sin responderla, pero completando la imagen de la misma. Réquiem empieza a entreverse en la serie, y el gancho final te deja pidiendo más. Leo despierta siendo rescatado por un grupo de criminales superhumanos, que le exigen su ayuda a cambio de no asesinar a los que le importan, su familia y amigos, y de paso para que todo su plan se lleve a cabo con mínimas bajas: conquistar un país. Son tan poderosos que la simple consideración de robar o esforzarse para vivir como reyes les es incomoda. Son dioses así que deberían ser atendidos como tales. La soberbia contra la obligación con respecto a los que amas. Leo se encuentra en la situación de elegir entre ayudar para evitar daños menores, o pelear sin conocer el alcance de sus poderes, y elige lo más duro. Cumple los deseos de los supervillanos, pero el ex policía sigue teniendo un código moral, y algo esconde.
Carey continúa su trabajo en la serie manteniendo el interés y con una línea ascendente. Si los héroes y su moral, la deificación de aquellos que tienen poder más allá de lo imaginado era el motor de la serie. Ahora añade más leña y aumenta la escalada de agresividad de los poderosos, se imponen ya no a una población o unas fuerzas policiales, actúan como golpistas políticos. Aunque no se complica demasiado en los factores políticos, no olvida la declaración de Prometeo, el líder de los villanos, para exigir su soberanía sobre el pequeño país. Detalles para pintar un lienzo en el que los “nuevos dioses” dejan de estar ligados a leyes, morales o legales, y emplean sus dones para el dominio como especie superior.
Elena Casagrande sigue cumpliendo su cometido y narra esta ascensión y caída de los ídolos. Una narración que implica mucho en pocos textos, y que se apoya en el dibujo para transportar las sensaciones de los personajes. Casagrande sigue mejorando en sus diseños de página y la fluidez de los diálogos es más alta. Tampoco ha perdido la realidad como foco. Vemos grandes poderes y espectaculares demostraciones de pirotecnia, más reales que en los cómics de superheroes típicos, efectos explosivos que no son bonitos, son lo que son, explosiones y acciones contra natura. Mención a aparte a esos demonios sombríos y macabros en su delgadez y sencillez.
Dentro de este segundo tomo se incluye un número muy especial, no está dibujado por Casagrande sino por Joëlle Jones, que cuenta como los poderes metamorfosean a un ama de casa en una señora del crimen. No opta por ser una heroína porque las circunstancias de su vida no dejan espacio a nada más que a pensar en ella. En una vida de subyugación y tristeza, sus nuevas habilidades la transforman en lo que toda la vida a odiado y envidiado en secreto, en una dominadora, en lo mismo que la humillo. Una visión más realista y desalentadora de un momento que siempre hemos visto como nacimiento de un héroe. No hay responsabilidad, no hay moral, sólo hay rencor y egoísmo.
Y así llegamos a un punto álgido en la serie, en la que Carey en su tercer ejemplar tendrá que desvelar muchos secretos. Y seguro que cada nueva revelación será una nueva fuente de problemas y secretos. Y lo esperaremos como agua de mayo.