Lee Haven Jones nos ofrece The Feast (Gwledd), una gran película que entronca con el Folk Horror y que bebe de alguna de las mejores obras recientes del género. Y que, como muchas películas de este tipo, se pierde en su final.
Lee Haven Jones se ha curtido sobre todo en televisión, dirigiendo capítulos para series como Doctor Who, The Bay, Casualty o Wizards vs Aliens, entre otras. Con su último largometraje, el director lleva a cabo una notable incursión en un subgénero tan interesante como el Folk Horror, que películas como Midsommar, de Ari Aster, han puesto de moda. Para los lectores que se pregunten en qué consiste el Folk Horror, se trata de un término que, por primera vez, fue utilizado en 2010 por Mark Gatiss en un documental de la BBC sobre la historia del cine de terror. Y, aunque en un primer momento lo utilizó para referirse a tres títulos en concreto (La garra de Satán, El Inquisidor y El Hombre de Mimbre), desde 2010 se ha descubierto que muchas películas, tanto posteriores como previas, pueden incluirse de un modo u otro en ese subgénero.
Tal y como describe Jesús Palacios en su libro Folk Horror: Lo ancestral en el cine fantástico (2019), se puede considerar una corriente de terror que “se nutría del acervo tradicional folklórico, del pasado legendario, del paganismo y de las supersticiones para provocar el miedo y la incomodidad del espectador, al hacer interrumpir un pasado ominoso y numinoso en medio del mundo moderno”. Para mí, además, el Folk Horror siempre ha estado relacionado con lo inevitable y lo incomprensible.
Al más puro estilo de los relatos de H.P. Lovecraft, cuando los personajes se encuentran con este pasado ominoso que irrumpe en nuestra realidad, ya están condenados. No importan sus acciones, su desenlace está escrito desde el momento en el que empieza la película. Y, por muchos esfuerzos que hagan en entender el mal al que se enfrentan, está tan lejos de su esfera de comprensión que ese intento desesperado sólo puede llevarlos a la locura.
Todos estos ingredientes recoge The Feast (Gwledd) y cocina a fuego lento en una película dividida en cinco partes y que avanza a la par que una familia adinerada está preparando una cena con un empresario y un granjero local para cerrar un acuerdo con el que explotar las tierras de este último. Sus primeros minutos no pueden ser mejores, con esa perforadora en una hermosa colina y un breve estallido de muerte encuadrado en el plano de tal forma que resulta extremadamente perturbador. Pero es que, además, lo que viene inmediatamente después es una exquisita presentación de unos personajes desagradables con los que, a pesar de todo, podemos llegar a sentir empatía conforme sus vidas se destruyen.
La historia
Nia Roberts interpreta a Glenda, la madre y encargada de organizar el convierte que, como nosotros, se convertirá en la principal espectadora del horror que poco a poco contamina su familia. Ella es además la propietaria de las tierras que están siendo perforadas, lo que la convierte también en heredera de las leyendas que su madre le contaba sobre una presencia en las colinas que no debe ser despertada. También es una mujer de clase alta, que ha dejado atrás todas esas supersticiones en favor de un culto al dinero y la superficialidad. Ella se convertirá en el mejor ejemplo de cómo estos dos mundos chocan y uno devora al otro. Roberts está perfecta en su papel, convirtiéndose en una figura frágil y desesperada en más de una ocasión.
A Glenda la acompañan el resto de los miembros de su familia. Su desagradable marido, Gwyn, miembro del Parlamento y encarnado por Julian Lewis Jones representa muchos de los problemas de los poderosos y contiene atisbos de machismo retrógrado que se ven multiplicados en la figura de su hijo, el aún más desagradable Gweirydd, que cuenta con una muy afinada interpretación de Sion Alun Davies. El segundo hermano queda algo más desconectado de la familia, pero Guto, interpretado por Steffan Cennydd, protagoniza alguna de las secuencias más retorcidas, relacionadas con el body horror.
Pero la película apuesta todas sus cartas en favor de la impecable Annes Elwy, que da vida a Cadi, la camarera que llega para ayudar a la madre a organizar la cena y que se transforma en el centro de todos los horrores y pesadillas que destruirán a la familia. Annes Elwy construye a su personaje sin apenas diálogo; es una presencia perturbadora con sus miradas, con su impertérrito silencio. Sus actos carecen de sentido en muchas ocasiones y es más Cadi y no los extraños sucesos que acontecen a su alrededor quien se convierte en el principal enigma de la película.
Todos los aspectos de The Feast (Gwledd) están cuidados con un exquisito gusto estético. Pero el final es torpe, atropellado y juega en contra de lo cocinado hasta el momento.
Lee Haven Jones muestra un gran poderío visual en su planificación y una afinada capacidad para retratar y construir a los personajes. El montaje de Kevin Jones acompaña la propuesta del director, con planos que respiran y se alargan lo suficiente para generar incomodidad, extendiendo algunos silencios más allá de lo que nosotros, como espectadores, estamos dispuestos a soportar. Además, puebla el montaje de encadenados y fundidos que, aunque al principio chocan, llegan a crear algunas composiciones muy interesantes (excepto en su tramo final, que caen en el exceso). La dirección de fotografía de Bjorn Stale Bratberg apuesta por unos colores que parecen empañar la imagen de una niebla sempiterna y gris, aunque quizá desmerece en sus incursiones al bosque nocturno.
Por desgracia, el final no está a la altura de lo que se ha construido hasta ahora. No sólo porque ese desenlace violento llega de repente, sin que se sienta como una progresión natural de lo que ha ido creciendo en la casa hasta entonces, sino porque viene acompañado de unas explicaciones vagas (uno de los personajes retorna para contarle a otro lo que está pasando, básicamente), y siembra algunas preguntas (la figura de la abuela cobra una inesperada importancia, pero sólo durante unos instantes, para después disolverse) que entorpecen la historia.
Además, el personaje de Nia Roberts recuerda, de algún modo, al de Toni Collete en el tramo final de Hereditary, de Ari Aster, en el peor sentido. Explota la bomba de la violencia, pero lo hace a contratiempo, de forma algo torpe y atropellada, y el espectador no puede sino quedarse con la sensación de cierto engaño, de que todo esto podría haber sucedido mucho antes y que toda esa progresión, ese baile del horror lento de sus primeros actos, no era sino una mera excusa para llegar a los noventa minutos de metraje.
The Feast (Gwledd) es, pues, una muy interesante representación de lo que supone el Folk Horror en el género cinematográfico del terror pero que, a su vez, se queda muy lejos de lo que este tipo de pesadillas pueden conseguir en la pantalla grande. Sin embargo, Lee Haven Jones es una apuesta prometedora y con este torpe primer paso también hace tantas cosas bien que no puedo sino esperar a ver cómo sigue desarrollándose su obra.