Así es The Room: The Disaster Artist.
Imaginad una película mala, malísima, tan horrible que cuando se estrena en una sola sala en un cine de Los Ángeles, el director tiene que pagar a la audiencia para que vaya a verla. Imaginad un montaje y actuaciones dignas del cine porno más cutre, una historia que no va a ninguna parte y unos personajes sin identidad que en cada escena actúan de una forma diferente. Imaginad todas las cosas que puedan hacerse mal y comprenderéis la esencia de ‘The Room’, un objeto de culto entre los aficionados a la cultura basura y calificada como “la Ciudadano Kane de las malas películas”. Fábrica de memes y leyendas urbanas, esta hora y media de anticine ha hecho de todos sus defectos, méritos para alcanzar la fama, con proyecciones mensuales en distintas partes del mundo y con su director, el extrañísimo Tommy Wiseau, convertido en una celebridad.
‘The Room’ cuenta la historia de Johnny, un hombre amable, amoroso y casi perfecto que vive con su novia Lisa, que mientras tanto se cepilla a su amigo Mark numerosas veces a lo largo de la película. Si el argumento es simplón, el guión se empeña en ser rebuscado y no entenderse en absoluto, haciendo obligatorio ser estudiado por cualquier aspirante a guionista como una Biblia sobre lo prohibido. No que es casi todas las escenas empiecen con alguien entrando por la puerta y diciendo “oh, hi!”, o que los actores permanezcan de pie en mitad del escenario como si fueran estatuas, es que hay personajes que pasan de abofetearse a estar abrazados y bailando en mitad de una fiesta, y otros que intentan ser inocentes y poner cara de niño bueno pero que casi parecen el típico asesino en serie que tiene a su madre disecada en el sótano.
A las malas actuaciones se incluye también la evidente incomodidad de Juliette Danielle, que se negó a rodar más escenas de sexo con Wiseau obligándole a reciclar planos y hacer que durante la primera media hora de la película tengamos aproximadamente diez minutos de sexo entre velas y camas con dosel que muestran una teta y gran parte del extrañísimo cuerpo de Wiseau, que aprieta su cadera de forma arrítmica contra el estómago de la actriz entre gemidos muy muy desagradables.
El montaje, que se suponía iba a ser elegante, sigue la regla de una película X. Un diálogo intrascendente da paso a una escena de magreo prosaico y explícito donde martillean a la pobre Lisa como si fuese el juego del Whack-A-Mole. Y si pensamos que esto no hace avanzar a la historia, es porque empezamos a darnos cuenta de que The Room es la fantasía de Wiseau, un hombre retorcido, manipulador y con una personalidad indescifrable. La cinta entera es un monumento a su ego, que esperaba imitar el carisma de James Dean en Rebelde sin Causa y que le muestra como un tipo perfecto que no solo cuida de DannyDonnyDenny, su vecino huérfano con aspecto de Norman Bates, sino que hace lo que sea por su “future wife” mientras con su marcado acento extranjero asegura que Lisa es leal a él entre polvo y polvo.
Pero ojalá todo acabara ahí. Cuando vamos por la mitad de la cinta ya no tenemos ni idea de qué estamos viendo y sólo tenemos una sucesión de escenas pegadas en las que los protagonistas juegan con un balón en distintos escenarios como un callejón o una azotea falsa en la que utilizaron la pantalla verde más evidente de todos los tiempos. Además por alguna razón sin especificar todos llevan traje y corbata en algún momento, pero a estas alturas ya hemos dejado de buscarle sentido a esto y estamos tan asqueados con la película en sí como fascinados por todo lo referente a ella.
¿Cómo consiguió Wiseau los seis millones de dólares para poder hacerla? ¿Qué pensaban los actores mientras rodaban este despropósito? ¿Por qué la habitación está llena de cuadros con fotos de cucharas? ¿Por qué la pantalla verde? ¿Por qué todo? Al darnos cuenta de que The Room carece de lógica interna, buscamos la externa, y esa es la gracia de una cinta que de otra forma no saldría jamás del sótano de los extintos videoclubs.
Ahora, las proyecciones se han convertido en toda una fiesta de la misma forma que ocurre con ‘The Rocky Horror Picture Show’. El público va a divertirse y a cantar a voces la letra de las escenas de sexo, a gritar “Focus!” cada vez que la imagen se desenfoca, a reírse con las malas actuaciones o los momentos míticos. A decir “Oh, Hai Mark!” cincuenta veces a lo largo del metraje, a disfrazarse de los personajes y jugar con balones de rugby entre los asientos (más de una pantalla de cine se ha llevado balonazos) o lo mejor de todo, arrojarse cientos de cucharas de plástico cada vez que se ve la imagen de una cuchara al grito de “Spoooooons!”. Una fiesta a la que algunos de sus actores se han unido al comprender que ser un icono de la cultura de vertedero es mejor que nada.
La gente quiere saberlo todo sobre Wiseau porque es un artista único que combina las excentricidades de los famosos y su tremendo ego con una ausencia total de talento.
Él sigue vendiendo The Room admitiendo ahora que es una “comedia negra”, y a la vez se niega a dar datos sobre sí mismo, como su país de origen o su verdadero nombre, que algunos piensan incluso que los seis millones los consiguiera de forma ilegal. Esto llevó al documentalista Rick Harper a crear un documental sobre la figura del director, y que acabó en un antiguo cementerio de Polonia buscando entre las lápidas el árbol genealógico de Wiseau. Esa es la razón también de que uno de sus antiguos amigos, el atractivo (oh, hai Mark!) Greg Sestero escribiera unas memorias sobre el rodaje tituladas ‘The Disaster Artist’, y que James Franco y Seth Rogen ya están rodando con el mismo título. En el libro, Sestero responde a algunos de los mitos de Wiseau pero deja otros escondidos porque asegura que lo que le gusta a la gente de ‘The Room’ es su extrañeza, misterio y poca lógica. Así, en sus páginas entendemos que Wiseau es, como su personaje Johnny, un tipo muy sensible con ideas distorsionadas sobre el amor o la amistad, pero también manipulador y abusivo, y que de alguna forma se las arregló para cumplir su sueño de ser director de cine aunque llegase al set de rodaje el primer día sin saber cómo sujetar una cámara. Así, aunque jamás lleguemos a entender quién es este hombre inquietante que tiene aspecto de haber abusado de todo tipo de sustancias, entendemos que en realidad la película tiene sentido para una sola persona, él mismo, algo que queda evidente en el plano final cuando tras peleas, malos diálogos y un ataque de rabia que le harían merecedor de todos los razzies del mundo, coge una pistola y se vuela la cabeza, haciendo que en un plano larguísimo de autoimportancia, todos sus amigos se den cuenta de lo injustos que han sido con el pobre Johnny, y que sin él todos están condenados a quedarse solos y a valorarle cuando ya no esté.