Análisis de ‘Black Mirror: Black Museum’, episodio de la temporada 4 de ‘Black Mirror’. Esta crítica no contiene spoilers sobre el capítulo.
‘Black Mirror: Black Museum‘ es uno de esos episodios de ‘Black Mirror‘ que duelen. Duelen mucho. Y duelen porque te ponen en la cara, sin pedir nada a cambio, la agresiva realidad de lo que seríamos si toda la tecnología presentada por la serie de Charlie Brooker se hiciera real. O, más bien, tangible. Pero ‘Black Mirror: Black Museum‘ es uno de esos episodios de esta oscura, dramática y tecnológico serie de televisión que gana más por cuanto menos sabes sobre lo que pasa. Así que me limitaré a profundizar sobre los temas presentados. Están divididos en tres actos muy marcados. De tal manera que haré lo propio sin revelar absolutamente nada de la trama de esta temporada 4 de ‘Black Mirror’ que próximamente encontrarás en Netflix.
1- La búsqueda del placer por encima de cualquier cosa.
El placer se define como una «satisfacción o sensación agradable producida por algo«. Es primitivo, pero es plausible. Desde los albores de la humanidad, la búsqueda del placer ha sido una de las pulsiones más importantes de la raza humana junto a la propia supervivencia. El claro ejemplo es la cultura grecorromana y la corriente de pensamiento hedonista. Pero el placer es subjetivo. Tremendamente subjetivo. En algunos casos, peligrosamente subjetivo. Existió un asesino de origen ruso llamado Andréi Chikatilo. Está considerado como el peor asesino en serie de la historia de la Unión Soviética. Chikatilo conseguía el placer a través de la muerte y el dolor de otras personas. Es un ejemplo entre miles, lo sé. Pero viene muy al caso con ‘Black Mirror: Black Museum‘, aunque no tengan absolutamente nada que ver.
En el placer siempre hay algo de peligroso. Los psicoanalistas como Freud siempre han intentado, todavía a día de hoy lo persiguen, buscar el origen de esas pulsiones que llevan a cometer actos totalmente irracionales para beneficio del placer. ‘Vestida para matar‘ (1980), de Brian de Palma, tiene una escena prácticamente de cine mudo que define a la perfección ese peligro implícito en la búsqueda de un placer prohibido, oculto o irracional. Un museo, pasillos, una persecución, miradas… En este primer arco argumental interconectado de ‘Black Mirror: Black Museum‘, la serie de Charlie Brooker explora esa búsqueda del placer llevada al límite. Y las consecuencias humanas resultantes cuando el fin está por encima de los propios medios.
2- La identidad. ¿Quiénes somos y por qué?
La identidad se define como una «circunstancia de ser una persona o cosa en concreto y no otra, determinada por un conjunto de rasgos o características que la diferencian de otras«. Pero, ¿qué sucedería si la identidad pudiera desdoblarse? No me refiero a tener un trastorno de personalidad múltiple, bipolaridad o cualquier problema psicológico intrínseco a esta propuesta. Me refiero a un solo cuerpo con dos personalidades distintas. ‘Black Mirror: Black Museum‘, en su segundo acto, ofrece un extraordinario y complejo análisis de lo que significa la identidad del ser humano. Nunca antes había visto algo tan profundo sobre este asunto en televisión. Y con tanta precisión como lo hace esta aclamada serie de televisión, que lleva la exploración a un nivel más alto del imaginado.
3- La venganza: entre el placer y la identidad. El cierre que conecta toda la historia de ‘Black Mirror: Black Museum’.
La venganza se define como una «acción con la que una persona se venga de otra«. Y vengar es «devolver un agravio o daño con otra ofensa o daño dirigido a la persona responsable«. Aunque esta es la definición teórico, lo cierto es que -en la práctica- hay mucho de placer y de identidad en ejercer un acto vengativo. La propia venganza satisfecha produce placer al ser que la ejecuta. Mientras que el orgullo, el sentido del honor y otro tipo de características que pueden llevarte a cometer un acto de venganza forman parte de la propia identidad.
En el tercer acto ‘Black Mirror: Black Museum‘ se interconectan todas las partes y temáticas para llevar a cabo un despliegue audiovisual que son los fuegos de artificio perfectos para cerrar una historia que pone de manifiesto una triste pero asombrosa verdad oculta dentro del sino del propio ser humano. Da igual cuánta evolución hayamos sufrido. Y da igual cuánta tecnología podamos crear e implementar en nuestra vida diaria. Al final todos esos avances, toda esa tecnología, solo va a sacar a relucir lo que somos: humanos, demasiado humanos.