Isabel Coixet presentó en el Festival de Málaga Ayer no termina nunca. Su nueva película, protagonizada por Javier Cámara y Candela Peña, el único reparto del filme.
Coixet nos traslada a la España de 2017, un país hundido y tocado de muerte por la crisis. Los protagonistas se reencuentran tras cinco años sin tener noticias mutuas; él emigro a Alemania tras la muerte de su único hijo, ella, abandonada, naufragó junto a su país y ahora malvive en un coche perseguida por la pena de aquella pérdida. El reencuentro transcurre en los polígonos, un paisaje yermo y desesperanzador que Coixet trata de convertir en metáfora de la crisis que vivimos y del amargo drama por el que están pasando los protagonistas. La culpa y la pérdida se articulan como ‘leit motivs’ del nuevo drama de Isabel Coixet… aunque dramón sería lo más apropiado.
El lenguaje audiovisual que utiliza la directora catalana puede llevar a la confusión e incluso rozar la pedantería. Coixet trata de adentrarse en la mente de sus protagonistas, ahondando en sus sentimientos más profundos por medio de ensoñaciones en blanco y negro que reflejan sus pensamientos. No obstante, el torrente de emociones elaborado es tan gutural y sincero que hace que este truco resulte vacuo y repetitivo, lastrando a la película hacia el aburrimiento. Los bostezos hacen el resto, contagiándose los unos a los otros sin remedio. Parece ser que Coixet haya perdido la capacidad de contar esas historias dramáticas que lograban tocar las cuerdas de los espectadores sin caer en el maniqueísmo, algo que cambió con ‘Mapa de los sonidos de Tokio’. Como en esta, acaba quedando la sensación de que no es solo ayer lo que no acaba nunca, sino también la película.