Danny Boyle regresa a sus orígenes con la frenética ‘Trance’
En ‘Trance’, James McAvoy es Simon, empleado de una casa de subastas que, acuciado por las deudas, decide colaborar en el robo de un famoso cuadro de Goya.
Por supuesto, nada saldrá como fue planeado y tras un desafortunado encuentro con el jefe de la banda (Vincent Cassel) perderá la memoria y el cuadro caerá irremediablemente en el olvido. Con sus compañeros tras de sí, deberá acudir a unas sesiones de hipnosis a cargo de una espectacular Rosario Dawson para averiguar dónde guardó el botín.
Así comienza el primer intento del director británico Danny Boyle por volver a sus orígenes, al cine frenético y sin descanso que pudimos disfrutar en ‘Tumba abierta’ y ‘Trainspotting’. Ni siquiera es fácil dar por bueno el intento; ‘Trance’ bebe de la necesidad de explicarse a sí misma durante el último, y pomposo, tramo de la película. No obstante, resulta emocionante para el espectador resolver este ‘mindgame’ a lo largo de la primera hora de metraje; Boyle une y desune las piezas de su rompecabezas, y rompe la estructura narrativa a la vez que la mente del amnésico protagonista se torna irreparable. Lo que podría parecer un perfecto puzzle al más puro estilo Nolan se transforma en gatillazo mientras contemplamos impávidos cómo Boyle es incapaz de desatascar de manera sutil el enredo de su propia trama.
Finalmente, al filme no le queda otra que explicarse a sí mismo durante la última media hora, echando por la borda todo lo conseguido hasta entonces. La explicación, punto por punto, del filme es un insulto a la inteligencia del espectador. Revelado el truco, la película pierde toda su magia, igual que el cada vez menos original Boyle, incapaz de volver a sus orígenes ‘mainstream’ tras haber probado el sabor de los Óscar.
Lo mejor: el trío protagonista (McAvoy-Cassel-Dawson), capaz de insuflar vida a un filme decepcionante.
Lo peor: contemplar durante una hora cómo van apareciendo las piezas del rompecabezas para descubrir finalmente que estas no encajan.