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Historias para no dormir: Destellos de horror español

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La revisión de la mítica serie Historias para no dormir, de Narciso Ibáñez Serrador, llega de la mano de algunos de los directores más interesantes del panorama cinematográfico actual: Rodrigo Cortés, Paula Ortiz, Paco Plaza y Rodrigo Sorogoyen.

Poder asistir al preestreno de los capítulos de Historias para no dormir fue una de las principales razones para, por fin, después de muchos años deseando hacerlo, acudir al Festival de Sitges. Guardo vagos recuerdos de la serie original, pues de niño fui la clase de espectador idiota que no estaba muy interesado en el audiovisual español, y mi infancia y adolescencia estuvieron marcados, primero, por los libros de R.L. Stine, Stephen King y Lovecraft y por películas de terror extranjeras y muy famosas como Cube, Cementerio de Animales o la obra de  Shyamalan, además de algunos subproductos como las películas de terror que ponían en Antena 3 (avispas asesinas, marabuntas, volcanes en una pista de nieve…). Sin embargo, recuerdo muy bien cómo esa serie impactó a mi madre, y con cuánto terror narraba uno de los capítulos en el que una mujer que sufría catalepsia pedía a su hija que la enterraran cerca de la superficie para que, en caso de no haber muerto en realidad, pudiera empujar la tapa del ataúd y salir. Al final del capítulo, con la mujer postrada en el ataúd, aquejada de catalepsia, la hija le decía que había cumplido su deseo con un ligero añadido: el ataúd iba a ser depositado boca abajo, para que cuanto más excavara la mujer, más se enterrara.

El recuerdo que este episodio dejó en mi madre y, por consecuencia, en mí es buena prueba de cómo el imaginario de Ibáñez Serrador tenía la capacidad de crear potentes imágenes que dieran forma al tejido de nuestras pesadillas. Y como sus horrores eran atemporales, removiendo algo en el interior de personas de cualquier generación. Y es esta característica la que ha hecho que esta nueva visita a algunos de sus episodios más característicos llegue a buen puerto.

Para mí, se trata de una visita muy especial, porque viene de la mano de dos directores que me hicieron interesarme por el cine español. Fue Que Dios nos perdone, de Rodrigo Sorogoyen, la que me hizo cambiar mi forma de contar (y ser espectador de) historias. Mi admiración hacia esa película no hizo más que crecer cuando sus montadores, Fernando Franco y Alberto del Campo, se convirtieron en tutor y profesor míos, respectivamente, de la diplomatura de Montaje en la Ecam. Por otro lado, Paco Plaza siempre ha sido un referente, gracias a su saga [Rec], cuya primera parte me dejó helado en el cine y asombrado de lo que se podía conseguir en España, y cuya película, Verónica, marcó mi entrada en la Ecam. A Rodrigo Cortés lo conocí ya en la escuela, a través del podcast Todopoderosos (aunque había visto Buried), y sus conocimientos, junto a los de sus incombustibles compañeros, me han acompañado sonando en el teléfono con cada viaje en coche entre Madrid y Zaragoza. Y de Zaragoza, mi ciudad natal, es Paula Ortiz, en cuyo cine no me he sumergido como debería, algo que me avergüenza y que, después de ver su fragmento en Historias para no dormir, pretendo resolver tan pronto como acabe el festival. Así pues, mi incursión en la serie no podía suceder en mejor compañía.

Freddy juega con el humor, con la metarreferencialidad y con uno de los muñecos más aterradores y divertidos del cine de terror.

 Nada más acabar su visionado, el primero de los capítulos, dirigido por Paco Plaza y protagonizado por un genial Miki Esparbé, me quedé un tanto descolocado. Quizá había un exceso de humor cuando yo me esperaba una historia retorcida y oscura, pero tras dejarlo en reposo un par de días me he dado cuenta de que Paco Plaza logra lo que pretende: no sólo homenajear la serie original, sino llevar a cabo una increíble fiesta en torno a Historias para no dormir y la figura de Ibáñez Serrador que la obliga a convertirse, sí o sí, en el capítulo que abre el conjunto.

Y el personaje de Freddy es tan sádico como encantador, así como la peculiar relación que establece con el protagonista. Y una vez comprendes a qué está jugando todo el equipo, te das cuenta de que la historia navega con naturalidad entre el terror y el humor. Y, como opinión personal, configura un gran villano, que no es ni mucho menos el muñeco, sino la oscura figura de Narciso Ibáñez Serrador, que se convierte en una suerte de demiurgo oscuro que hace de desencadenante de la historia.

Asfalto, de Paula Ortiz, es el episodio más dramático y el más aterrador retrato de nuestra sociedad que ofrece la serie.

No es casualidad que Dani Rovira interprete a un Rider en Asfalto, de Paula Ortiz. Estas figuras se convirtieron en indispensables durante el confinamiento, cobraron gran repercusión cuando quedaron patentes sus terribles condiciones laborales y, después, fueron invisibilizados, cuando la noticia se desvaneció y otros asuntos menos importantes acapararon la atención de la gente.

Asistí con el corazón en un puño al dramático espectáculo del protagonista siendo devorado por el asfalto ante la impasibilidad de la gente. La situación adquiere en algunos momentos tintes surrealistas que pueden desencajar al espectador, pero que sirven a la metáfora de cómo nos comportamos como masa. Uno quiere pensar que es imposible que la gente reaccione como reacciona en Asfalto, aunque quizá se deba a un exceso de confianza en el ser humano. El desenlace es cuanto menos desgarrador, con un Dani Rovira y una Inma Cuesta en estado de gracia que hacen que el horror desemboque en un drama que te desgarra por dentro.

La estrella de la función es La Broma, de Rodrigo Cortés, un episodio que funciona a la perfección en todos sus apartados.

Rodrigo Cortés merece mucho más reconocimiento, aunque he de reconocer que me gusta todo lo que ha hecho, incluso Blackwood, que no tuvo mucha aceptación entre la critica y que a mí me parece un ejercicio de gran virtuosismo estético y narrativo con grandes ideas e increíbles protagonistas. La capacidad de Cortés de mover la cámara queda patente en el plano secuencia que sirve de presentación de Eduard Fernández, completamente comprometido con su papel, dibujando un personaje tan despreciable como divertido.

Raúl Arévalo y Nathalie Poza acompañan a Eduard Fernández con papeles igual de despreciables e igual de divertidos (Poza tiene más de villana, Arévalo resulta de lo más divertido haciendo de peón de todo el mundo) en una trama de enredos, crímenes y venganzas que te hace mantener la sonrisa dibujada en todo momento. Y mucho ojo a la secuencia del tren, muy potente a nivel visual y narrativo.

El Doble, de Rodrigo Sorogoyen, abraza por completo la ciencia ficción.

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Fotograma de Historias para no dormir

Es muy complicado escribir sobre El Doble porque es la historia más compleja de las cuatro y la más sesuda, algo que puede jugar en su contra. Todavía no sé si me ha gustado o me ha dejado frío, pero no cabe duda de que es increíble lo que Sorogoyen es capaz de hacer con la cámara y con sus actores, amén de un montaje que desdibuja todavía más la percepción de la realidad con una maestría sobre la que sólo puedo utilizar elogios.

El Doble es una de esas historias sobre la que es mejor saber lo menos posible. Sirve, eso sí, como muestra de lo que Sorogoyen, más acostumbrado a los thrillers, puede ofrecernos en el territorio de la ciencia ficción. Llama la atención que esta vez no ha colaborado con Isabel Peña como guionista, sino con Daniel Remón, y la verdad es que esta pareja también promete. Da algunas pinceladas muy potentes sobre nuestro futuro (y, por tanto, sobre nuestro presente) y habla de la deshumanización paulatina y la crisis de identidad del ser humano como especie, algo que suena más a actualidad que a futuro. Creo que necesitaría más tiempo y un nuevo visionado para poder expresar el tumulto de emociones contradictorias que me ha provocado este capítulo.

En definitiva, Historias para no dormir es un apasionante muestrario de lo que directores de género de nuestro cine y otros que no se habían adentrado aún en los territorios del terror pueden dar de sí. Un visionado obligatorio y una fuerte promesa de cuántas cosas están aún por llegar en las (espero) futuras temporadas de la serie.

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