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La vida sin Hayao Miyazaki es menos vida

hayao miyazaki

Dos años después de la despedida de Hayao Miyazaki, el legado del genio japonés sigue siendo una de las herencias más importantes de la historia del cine de animación.

La primera vez que descubrí a Hayao Miyazaki fue por casualidad, como si se tratara de uno de los muchos momentos mágicos que pueblan la obra del cineasta japonés. Por aquel entonces, mis conocimientos sobra la animación se reducían a la herencia de los cuentos tradicionales aplicada por Walt Disney, los primeros pasos de la maquinaria de John Lasseter y la inevitable presencia de las series de televisión durante la infancia.

Todo ello dejó una marca indeleble en mi vida, una colección de recuerdos en forma de personajes eternos. El tiempo acabó por desdibujar esos recuerdos y yo acabé por constatar que todas esas obras que en su día me alimentaron y me inspiraron, y todavía hoy lo siguen haciendo, forman parte de un conglomerado, producto de la tradición y civilización occidentales. En ese preciso momento descubrí a Hayao Miyazaki.

La llegada de un vecino muy entrañable.

Algo parecido al destino quiso que la magia de Hayao Miyazaki me tocara cuando a mis manos llegóMi vecino Totoro (1988). Hasta la fecha no había visto nada parecido en el género de animación, por lo que la historia de esas dos niñas pequeñas que evadían la enfermedad de su madre mediante la imaginación me causó una sensación de estupor difícil de superar. Porque Totoro no es otra cosa que un canto a la imaginación, una llamada a la vida que debería ser y no es.

De la mente y los lápices de Miyazaki surgen personajes de elaborada construcción pictórica, pero especialmente una obra de una envergadura moral inabarcable. Totoro es una fábula única y magistral, una película para niños y adultos imposible de ubicar en una generación precisa, la descripción de los valores tradicionales perdidos en la sociedad moderna y un grito a los sueños como única posibilidad de supervivencia. «Venga, vamos a reírnos para alejar a los fantasmas«. No lo dudo. En tu universo no hay fantasmas, Miyazaki.

mi vecino totoro (1988), la película más icónica de hayao miyazaki

Travesía a lomos de un sueño sin rostro.

Después de ‘Mi vecino Totoro‘ me convertí en un adicto. No lo pude evitar. La necesidad de descubrir la obra de Miyazaki era superior a las posibilidades que ofrecía el mercado de la animación. Fácilmente pude hacerme con ‘El viaje de Chihiro‘ (2001), no en vano ganadora de un Oscar a Mejor Película de Animación. En ella, el cineasta japonés proyecta todas las inquietudes que asolan su obra y su vida. La destreza con que las lleva a cabo produce una belleza cinematográfica indescriptible, el sonido de la tecla correcta con la que Miyazaki ascendía así hasta la cima.

Chihiro mantiene la esencia de ensueño de Totoro, llevándonos por una homérica travesía hasta el corazón de la imaginación.El viaje de Chihiro se podría definir como la Odisea que es capaz de revertir los efectos de la sublimación de los sueños: estos ya no son imposibles, están ahí, son tan reales como tú y como yo, son humanos. Pero nada que sea humano es infinito, incluso los sueños. Todo llega a su fin, desde la vida hasta las películas. Es entonces cuando despertamos.

'el viaje de chihiro' (2001), la película más laureada de hayao miyazaki

Hayao Miyazaki se eleva con la ayuda del viento

Tras pasar por películas comoLa princesa Mononoke‘ (1997), ‘El castillo ambulante‘ (2004), Nausicaä del valle del viento (1984) y ‘Ponyo en el acantilado‘ (2008), mi corazón se partía en dos con los rumores que apuntaban que Hayao Miyazaki iba a dar por concluida su obra. Y así fue. Pero todavía quedaba el último adiós.

«El viento se levanta, hay que intentar vivir«. Con esa frase como leitmotiv de su última película, ‘El viento se levanta‘ (2013), Hayao Miyazaki se despedía del cine justificando toda su inclasificable filmografía. La calidad, la sensibilidad emocional y la belleza de sus películas, resumidas en una obra brillante dibujada con el pincel de los sueños.

El espectáculo de colores, el despliegue de recursos y la exposición de su concepción poética de la vida, desdibujando la realidad con la habilidad de la literatura, son la base del universo de Miyazaki. La película del genio japonés puede no ser su mejor poema, pero sí la más personal por el auto-homenaje que ofrece al mundo y la reafirmación de que la vida es algo maravilloso.

Puede que Tennessee Williams tuviera razón cuando dijo que «siempre hay un tiempo para marchar aunque no haya sitio a donde ir«, pero lo cierto es que la vida es menos vida sin Hayao Miyazaki. Por suerte, todavía me quedan los sueños.

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