El cine de superhéroes sigue ganando seguidores, mientras va perdiendo calidad. Es el momento de reflexionar nuestro papel como espectadores
Es inevitable. El cine de superhéroes se ha convertido en una moda. Una maldita tendencia. Y, cómo todo en esta vida, ha pasado a ser una víctima más de la modernidad líquida. Fue el sociológoco Zygmunt Bauman el que introdujo este concepto. Es de difícil traducción, pero la explicación viene a ser algo así como “un modelo social que implica el fin de la era del compromiso mutuo”. En ese contexto psicosocial, el espacio público se ve comprometido. Y, al comprometerse, retrocede para “imponer un individualismo que lleva a la corrosión y la lenta desintegración del concepto de ciudadanía”.
¿Qué significa esto? Supone una mentalidad cambiante, nomadista. Las tendencias. Modas pasajeras. La sociedad ya no opta por la permanencia en un mundo tan globalizado y digitalizado como el que estamos viviendo. Bauman denominó a la permanencia con el atributo de “sólido”. En oposición al atributo “líquido” de la modernidad que plantea. Habría que volver a los placeres sencillos, que diría Michel Houellebecq. Sin embargo, el nomadismo es mucho más peligroso. Provoca en el ser humano la sensación de prisión. Pero, ¿de qué somos prisioneros? De nuestra propia creación existencial.
Al cine le ha pasado como a la política: ha perdido su carácter transformador para ponerse al servicio de unos pocos
En el cine de superhéroes está pasando algo similar. Hemos perdido la perspectiva como consumidores. Como meros espectadores, nos hemos acostumbrado a sentarnos en una butaca de cine y dejarnos llevar. Diversión por diversión, aunque sea con unos personajes que no tienen nada de divertidos. Es el caso de Ant-Man. ¿Llevar a la gran pantalla a un superhéroe que históricamente en los cómics siempre acaba perdiendo la cabeza por su particular visión del mundo? ¡Venga ya! ¿Que Tony Stark ha sido un alcohólico toda su maldita vida? ¡En absoluto! Quería decir ansiedad, señor espectador.
Y estoy cansado. Cansado de que cada nueva película de superhéroes sea peor que la anterior. Exhausto de ver cómo la gran masa se lanza a las salas de cine y sale satisfecha. Han cumplido sus expectativas, ¿verdad? Pero realmente, ¿qué han visto? Al cine moderno, al de ahora, le está pasando lo mismo que a la política. Se ha convertido en un espectáculo para una gran masa mientras una pequeña porción disfruta de su posición de poder. Ha perdido su carácter transformador, esa faceta tan peculiar del arte. Y nosotros lo hemos permitido. Hemos permitido que se imponga la sociedad del espectáculo.
Nada cambiará si no nos convertimos en unos espectadores serios, con criterio y con responsabilidad audiovisual
Esto no va a cambiar hasta que nosotros digamos basta. No tenemos que conformarnos con cualquier cosa. Debemos ser exigentes, un público con un criterio sensato y no masificado. Se ha puesto de moda aquello de ser hater. Y, con lo de ser hater, ha venido el conformismo del haters gonna hate.
En esa especie de guerra entre la estupidez y la ignorancia debemos situarnos. El punto medio aristotélico es virtuoso. No podemos permitir que las películas de superhéroes sigan por la senda marcada por los grandes estudios y las grandes corporaciones. Sabemos cuál es la verdad.
No vale todo. No debe valer todo: sólo lo que merezca la pena
Para aquellos que son lectores de cómics, saben de lo que estoy hablando. Saben que hay cómics de superhéroes escritos exclusivamente para vender, divertir y poco más. Pero también saben que hay muchas otras obras profundas, relevantes y con un nivel artístico superior a lo que muchos creen que son los cómics. ¡Cuánta gente conozco que se ha quitado la venda de los ojos con las viñetas!
Es necesario lograr esto en la gran pantalla. Ser conscientes de que no vale únicamente divertir. Sí, la vida consiste -en definitiva- en ser feliz. Alcanzar la felicidad, en mayor o menor grado y al gusto de cada uno. Pero el arte es algo más. No vale todo. No debe valer todo. Debe valer aquello que realmente merezca la pena. Tenemos que elevarnos como espectadores. Es lo justo. Lo justo para los personajes con los que hemos crecido y soñado. Con los dioses. Con los superhombres.
¿Habéis hablado ya de este modo? ¿Habéis gritado ya de
este modo? ¡Ay! Todavía no os he oído gritar. Contra el cielo grita vuestra
satisfacción, no vuestros pecados. Contra el cielo grita vuestra avaricia
aun dentro de vuestros pecados. ¿Dónde está el relámpago que os besará con
su lengua de luz? ¿Dónde está la locura que sería preciso inocularos? He
aquí que yo os muestro al superhombre: ¡él es este relámpago; él es esta
locura!
(Nietzsche, Así hablo Zaratustra)