Continuación de la valorada obra de Mark Millar, The Magic Order, con cambio a los lápices, Stuart Immonen hace que no echemos de menos a Olivier Coipel. Panini Comics agita la varita para que aparezca el segundo volumen de una orden mágica que parece perder fuelle.
No me apuntes con el dedo
El mundo de la magia sufrió un importante golpe en el primer volumen de The Magic Order, un cambio de rumbo que colocó a Cordelia Moonstone al frente de la orden mágica, con consecuencias que toca abordar en este segundo tomo. No todo son parabienes en la comunidad mundial de la magia, surgen voces discordantes desde el otro lado del Atlántico, en las profundidades de Europa y una de sus regiones más mitificadas. Victor Korne (descendiente de Soren Korne, que ya desafió en el pasado a sus coetáneos), un mago de Rumania, va camino de liderar a una facción que se opone al nuevo orden establecido y lo va a llevar a cabo sin medida alguna, aferrándose a la oscuridad que habita en cualquiera de nosotros.
Al igual que su antepasado, el arma que va a emplear es un demonio llamado Othoul’Endu, cuyo poder será suficiente para cambiar el curso de los acontecimientos marcado por el ascenso al poder de Cordelia, cuya mayor preocupación en estos momentos pasa por tomarse un tiempo de relax moralmente no recriminable en exceso. Con los bandos diferenciados y reuniendo fuerzas, la batalla que se va a desatar parece inminente, aunque primero haya que ir atando ciertos cabos sueltos antes de llegar al enfrentamiento final.
El componente sorpresa desaparece
Así como la primera parte nos sorprendió gratamente y nos pareció brillante en muchos de sus momentos no podemos decir lo mismo de esta segunda. Cumple como aventura sin más, bien hilada pero perdiendo fuerza, haciendo bueno el dicho de “segundas partes nunca fueron buenas”. Una continuación predecible que no deja al lector ojiplático con los giros, ni siquiera con un final más propio de un castillo de fuegos artificiales preparado con esmero pero que todo el que ya lo ha visto una vez conoce que termina con una traca ruidosa pero poco espectacular en cuanto a su componente visual, aunque atroné como debe nuestros oídos.
Millar apenas deja destellos de brillantez y se limita a conducirnos hacia un desenlace que, por el tono mostrado en sus páginas, no deja nuestras bocas abiertas ante el truco final. Se limita a barajar cartas y cortarlas, a mover las varitas mágicas sin mucho sentido, a dar y quitar poder, a manosear nuestras neuronas mientras se le ve el As en la manga, el conejo asoma sus orejas de la chistera y las palomas dejan caer plumas bajo la chaqueta del artífice. A veces rodearse de los mejores dibujantes de la industria no es suficiente.
Enemigos que no están a la altura
Sí, a Coipel le sustituye en los lápices uno de los más grandes dibujantes que hay, Stuart Immonen. Pero el problema no está en la espectacularidad del dibujo, el canadiense pone al servicio de este comic todo su mejor repertorio, demostrando sobradamente por qué es uno de los mejores con composiciones creativas, con viñetas que penetran dentro de otras y hacen fluir de manera natural el sentido de lectura de la obra, algo que muchas veces es difícil encontrar pero que en Immonen es una habilidad que ha desarrollado hasta hacerlo parecer fácil.
Este segundo libro de The Magic Order falla en su planteamiento con unos enemigos que no demuestran estar a la altura, meros imitadores de lo que otro ya intentó antes, con poco carisma, tan nulo que no hacen necesario un sacrificio importante a la hora de derrotarlos. Mark Millar no acierta con este descenso a la oscuridad, a unos magos que abrazan el caos para llevar al mundo a un punto de difícil retorno. No consigue enganchar a pesar del buen precedente del que venía todo. Una pequeña decepción cuando esperábamos ver el siguiente paso de una obra que podía alcanzar la categoría de Must Have y se ha quedado averiada en una cuneta de una carretera secundaria solitaria.
